In-creíble

23 de Agosto del 2018 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas, Castrillón)

Pocas veces la nostalgia se revela como presente. Esa suerte de ensoñación, de deseo de pasado, suele aborrecer el tiempo actual, ennobleciendo los hechos transmutados por los recuerdos, por las cicatrices de las sensaciones y los sentimientos y por los ecos de las risas de algo que juramos haber vivido felizmente, de forma indubitable. Esa nostalgia anacrónica, que nos sitúa aquí y ahora más de lo que nos aleja y angustia, algunos la hemos experimentado con la hierba de un campo, un sendero de montaña, unas olas concretas, las escaleras insufribles, un libro, una piscina, un mesón, el sabor de un café, un viaje o una película, entre otras cosas. Pero raro es que la nostalgia se haga presente como puente a un presente alternativo y no al pasado de este mundo nuestro. Esa nigromántica sensación la ha vivido el aquí firmante con dos películas: “Toy Story 3” y “Los Increíbles 2”.

Si algo diferencia a Pixar de Disney, aun siendo ahora familia, es el mensaje y la capacidad. Disney es un portal a lo fantasioso, al musical, a la trama de bandos y enemigos feos, condenables o desmesuradamente graciosos. Pixar, por otro lado, se permite el lujo de dejar las canciones de lado y presenta sus críticas sociales, sus contextos ridículamente adultos y un imaginario no sólo enfocado a un "para todos los públicos" para que lo vean los niños, sino pensando en introducir a lo complejo y lo fantasioso a niños y adultos por igual, sin anteponer una generación a otra: coches que hablan, juguetes que piensan, monstruos que aman, hormigas que se rebelan, ratones con gustos elevados, emociones con personalidad...

Disney tiene inteligencia y belleza. Basta ver “El Rey León”, por ejemplo. Pero Pixar es ese libro que pueden leer los niños, pero del que se aconseja esperar unos años para disfrutarlo más, para entenderlo mejor, tal cual “La isla del tesoro”. Así como Disney es la perfecta ilustración de un desentrañamiento sociológico de la realidad cultural del momento, Pixar está llena de lecturas más allá de su historia contada, de mensajes adultos, de crítica a lo habido y vivido. Disney te contenta al mostrar nuestros problemas al tiempo que los embellece, pero Pixar nos incrimina, nos delata, haciendo tan mágicos como cuestionables los porqués de la realidad vivida; su mordida es más profunda, la mayoría de las veces, y, quizás, sea por ello que la mayoría envejecen mejor. Esa mordida profunda, más penetrante que las filias y el recuerdo, se da en la representación exacta de las experiencias vividas perpetuadas cual existencia en la contigüidad de una historia y sus secuelas.

“Toy Story 3” es el claro reflejo del abandono del niño, del poder material del idealismo, de la realidad configuradora de la memoria, del tiempo jamás recuperable, dándose todo ello con el más que directo tema de los periplos de unos juguetes animados que ven sus roturas crecer y a su dueño y amigo irse. Al final uno no sabe si encarna al universitario al que le cuesta deshacerse de los recuerdos o al juguete que quiere volver a ser usado con imaginación.

“Los Increíbles 2” tardó más en aparecer, posiblemente no produce las mismas profundas sensaciones de convergencia y complicidad con la historia como la renuncia de la infancia a través de juguetes que funcionan como tótems por nuestro inevitable romanticismo. Sin embargo, con los superhéroes de Pixar, a diferencia de las historias de juguetes del mismo estudio cinematográfico, el tiempo parece no haber pasado. Dicha secuela transcurre tres meses después de la primera película, y produce cierto choque ver que sólo envejecemos nosotros y que ellos no nos acompañan en este viaje de maduración tan típico y resonante de Pixar. Y de ahí que ese oxímoron de "nostalgia presente" sea más fuerte con esta. “Toy Story 3” tenía carácter de compañero de viaje, mientras que “Los Increíbles 2” perfila una impronta de bucle cotidiano; ambas algo proféticas por mostrar momentos vividos o a vivir.

La familia Increíble vuelve con esta secuela de gente súper, caracterizada por el siempre adulto guión perfectamente encauzado, sin posibilidad de mostrar sorpresas, pero con una capacidad asombrosa para exponer conversaciones, situaciones y temas ajenos a la perspectiva del niño, que está desligada del todo que representa el núcleo familiar, de los problemas laborales y de los debates éticos. Con ella vemos críticas mejor llevadas que en otras películas del mismo género: esa crítica feminista ya introducida con anterioridad en una madre más eficaz e inteligente, siempre salvadora, y que ahora se ve ampliada con la conciliación laboral de un padre desesperado, que si bien conoce a sus hijos, no sabe cómo cuidarlos; esa crítica política al anteponer lo correcto, lo heroico, a la burocracia y al conflicto de lógicas e intereses asentados cómodamente en toda civilización desarrollada, siempre en convivencia con sus contradicciones y perezas; esa crítica social al cuestionar con desternillantes momentos la inevitable incomunicación de los miembros de una familia por la realidad de su situación concreta, de sus complejos, gustos y preocupaciones individuales; y esa crítica a la mediocridad al enfrentarse dichos protagonistas a la envidia de quien no es súper, al miedo de quien no es justo y al rencor de quien es débil. Todo ello envuelto en la magnífica representación retro de la sociedad estadounidense, de su idiosincrasia no tan pretérita, de sus deseos de Marvel y su statu quo de criminalidad desmedida, de capitalismo voraz y de creatividad en clausura si no mira por los beneficios; véanse esa necesidad de superhéroes por exceso de crimen, esa conversación entre Helen y su contratante o el hastío profesional de la recluida Edna.

Ya se les avisó hace catorce años con el estreno de “Los Increíbles”, así como con muchas otras películas animadas, pero “Los Increíbles 2” se lo vuelve a recordar: Hollywood, la animación no es sólo para niños ni un simple musical narrado; Disney, las secuelas no deben flaquear en su contenido; Marvel, los guiones de películas de superhéroes no tienen que doblegarse al ruido. “Los Increíbles” siempre será una de las mejores historias de películas de superhéroes, les duela o no a las peripecias por separado de “Los Vengadores”, a las pretenciosas “Kick-Ass” o a la desinflada “Big Hero 6”.

Los superhéroes fueron, son y serán la figura necesaria de la cultura estadounidense, su imaginario revulsivo contra las limitaciones de su forma de concebir el poder político y la seguridad, y sólo “Los Increíbles” usa los héroes superlativos como crítica y no como virtud cultural y triunfo social.

Javier Suárez Piedralba

Piedrasblancas, Castrillón

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