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Julio Valvidares, langreano y allerano

26 de Agosto del 2018 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Para hablar de carbón y minería en España, hay que comenzar por las cuencas asturianas del Nalón y el Caudal, cuyo negro mineral aportó una gran riqueza al país. Y después de aquella guerra fratricida, el carbón de estas dos cuencas mucho contribuyó a levantar la destrozada economía de aquella no menos destrozada nación, dividida en dos mitades. Y ello fue posible gracias al esfuerzo sobrehumano y sacrificio de aquellos heroicos mineros que trabajaron de sol a sol, con un salario de miseria y sin compensación alguna a tanto esfuerzo y sacrificio Bueno, la compensación, hoy, es que primero el gobierno de Rajoy y ahora el de Sánchez, le han dado cerrojazo a la explotación del carbón en ambas cuencas, extensivo también ahora a las centrales térmicas.

De aquéllos bravos y ejemplares mineros, de antes y después de la tragedia del 36, vamos a recordar a un langreano que fue un ejemplo entonces. Este buen minero –creo que era de El Entrego–, se llamaba Julio Valvidares, y antes de la contienda fratricida, en la República, destacó también con un socialismo y sindicalismo ejemplares, como él. Y de su tierra langreana, después de la guerra civil, Julio Valvidares se vino a Aller, como ducho y experto en la materia para llevar y sacar adelante unas minas en la terminal del valle de Río Negro, allá por El Escalar, minas que dieron mucho carbón en aquellos tiempos en que se vendía hasta al escombro. Julio fundó una familia en Caborana, previo matrimonio con Amelia Valle, guapetona ella, fijando la residencia en esta localidad.

Julio Valvidares era una gran persona, un hombre de bien, culto, inteligente y un buen conversador. Y a él me unió una gran amistad. Buenas y amenas charlas hemos tenido los dos, en su rincón favorito y a la sombra de la gran palmera de su pequeño jardín. Julio y yo coincidíamos en muchas cosas, y teníamos mucho en común como, por ejemplo, que la trayectoria humana tenemos que hacerla todos en convivencia y solidaridad, entendiéndose uno bien con los demás, comenzando por uno mismo. Entendido y buen catador de nuestra sidrina, siempre tenía en casa una caja de la mejor, que él convertía en buenos y espumosos culetes. Julio Valvidares era único, y fue uno de aquellos hombres que hicieron historia en la minería asturiana, al borde hoy de su desaparición. Sí, tenemos que resucitar a Pelayo y a sus bravos astures.

Recientemente, uno se ha encontrado en Moreda con Pepín, uno de los hijos de Julio Valvidares, y en el que dejó mucho de sí mismo. Por cierto que Pepín tuvo un buen trato y relación con aquel intelectual alcalde de Madrid que fue Tierno Galván, que le llegó a cobrar mucho afecto, lo que no resulta sorprende porque, como he insinuado, heredó mucho de su padre. Pepín se dirigía a Murias, con unos amigos y se bajó del coche para verme y saludarme. Me dijo que iban a ver a Eduardo Alonso, otro ilustre allerano, apenas conocido, que ha hecho historia en los campos de la literatura como escritor y autor de varios libros publicados, y en el que la enseñanza universitaria como catedrático de un gran prestigio. Estas actividades, al parecer, las ejerció en otras regiones, y ahora, al jubilarse, ha regresado a su pueblín de Murias, tan querido para mí (allí me hice allerano, en 1926, contando siete años de edad, como aquí comenté en mi artículo titulado “Murias de Aller”, publicado el 2 de diciembre de 2017), en el que no puede caer también en el olvido el intelectual Eduardo Alonso, todo un ejemplo de sabiduría y hombría de bien.

Aller, es tierra pródiga de hombres y mujeres que mucho han aportado y enriquecido su rica historia, sus costumbres y sus tradiciones.

Ricardo Luis Arias

Aller

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