Sucedió en Oviedo en 1962
La Navidad sensibiliza las conciencias y trae a nuestra mente mil recuerdos de lo que ha sido nuestra vida y, también, la de otras personas que, de alguna forma, han tenido influencia en nuestro pasado. Pero sólo unos hechos concretos me mueven a escribir esta carta, que han tenido lugar en Oviedo hace bastante tiempo y que han dejado en mi mente una huella perenne:
Una tarde del mes de septiembre, debió ser del año mil novecientos sesenta y dos, en plenas fiestas de San Mateo, el que suscribe –policía armado de la escala básica– formaba parte de una patrulla que tenía encomendada la vigilancia en la zona del Campo de San Francisco, donde se celebraba una fiesta en recinto cerrado, llamada La Herradura. Sobre la puerta de entrada a la misma había colocado un letrero, en caracteres bien visibles, que decía: Prohibida la entrada a menores de dieciocho años.
Los policías observamos cómo en una taquilla situada a escasos metros de la puerta de entrada se expendían localidades a todo el que la solicitaba, cruzando luego la entrada al recinto sin que el portero le hiciese la menor observación.
Después de que adquiriese su localidad en taquilla, aún en el exterior del recinto, pedí a una joven que me mostrase su DNI, respondiéndome que no lo tenía porque sólo contaba catorce años de edad.
Sin que apenas diera fe de mi intervención, un oficial de la Policía Armada adquirió su localidad en taquilla, y después de mostrársela al portero, nada más rebasar la entrada, fue abordado por un señor –supongo que le conocía– y no sé qué pudo decirle que el oficial se mostró visiblemente molesto y, sin apenas detenerse, se fue hacia el interior de la fiesta. Y, acto seguido, el señor que le había abordado cortó todo el alumbrado, dejando completamente a oscuras todo el recinto, que no volvió a ser alumbrado.
Todo el mundo habló mucho de este asunto, echándole las culpas del incidente a la Policía Armada.
Poco tiempo después, un miembro destacado del Gobierno (que frecuentaba Asturias) apareció por Oviedo. Y un día, cuando se dirigía a pie al Club de Tenis, el entonces secretario de la SOF –un tal Riera (¿?)–, que le acompañaba, le contó su historia en relación con este asunto, que oyó uno de los policías que le custodiaban.
Este episodio terminó con arresto para alguno de los oficiales de la plantilla de la Policía Armada de Oviedo.
Unos oficiales honestos, cercanos y leales servidores del pueblo. Pulcros en todo momento, a pesar de sus humildes sueldos, que no les permitían alternar con las personas de su categoría.
Guardo un grato recuerdo de la tierra donde pasé varios años de mi juventud. Pero este incidente ha dejado en mi mente una huella que quisiera y no puedo borrar.
Volveré a esa Asturias querida y me sentiré, si cabe, más cerca de aquellos oficiales que tanto me han enseñado. Y reivindicaré para ellos, con el lenguaje del alma, su absoluta inocencia.
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