El dolor no admite esperas
Soy una veraneante asidua de esta tierra que me vio nacer y a la que adoro. Tengo en ella algunas excelentes relaciones personales; una de ellas, una moza de 39 años que está diagnosticada de fibromialgia.
Como estamos a finales de agosto, son vacaciones, vive en un entorno rural y el número de médicos no anda precisamente muy sobrado, esta persona a la que me refiero, que está siguiendo un tratamiento farmacológico muy nutrido y pese a ello padece incontables dolores, especialmente duros en algunas ocasiones, no encuentra manera de que un especialista médico la oriente para llegar a una unidad del dolor, como sería su deseo.
Que si el médico de cabecera estima que no es oportuno remitirle a un especialista porque vamos a esperar un poco más a ver si lo que te he recetado surte efecto, que si de este médico tiene que mandarla a un especialista que tal vez le resuelva el problema o tal vez no, que si unas entidades sanitarias se conciertan o se entienden unas con otras o no... Todo se reduce a esperas interminables, muy difíciles de soportar para quienes están padeciendo dolores.
Esto no es de recibo en un país que presume de una sanidad pública universal, que debiera servir para algo más que para recetar medicamentos y pasarse los pacientes de un especialista a otro cuando no se sabe qué hacer con ellos por la rareza de sus dolencias; o por la dificultad y en ocasiones la imposibilidad de entender y asumir como enfermedad una dolencia que a unos les parece un cuento y que otros se limitan a tratar como una depresión.
Debería haber una atención continuada a quienes sufren enfermedades o dolores crónicos, que no estuviera condicionada por los vaivenes vacacionales.
Y es que el dolor, para quien lo sufre, no admite esperas.
Ángeles Ezama Gil
Zaragoza
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