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El virus de la privatización

22 de Marzo del 2010 - Pablo García González (Gijón)

Desde hace unos meses para acá me resultan especialmente alarmantes ciertos comentarios que una escucha así, inocentemente, sobre la conveniencia de que ciertas personas paguen por un «mal uso» de nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) o bien a tanto la consulta... Me preocupan porque vienen acompañados de los fantasmas de la insostenibilidad que los gérmenes oportunistas desatan mientras se está incubando este virus de la privatización. Y me da la impresión de que o tomamos medidas (higiénicas sobre todo) o dentro de unos años no será la sostenibilidad, sino el propio principio de universalidad el que tengamos que defender.

Y es que aquí hay más que cuestiones técnicas. Detrás existen decisiones políticas que no favorecen a las personas; intereses económicos que no son intereses de la mayoría, que no podemos dejar de lado en la discusión. Si entendemos la salud como un derecho social, el derecho de poder afrontar la vida con autonomía, no podemos permitir que siquiera se planteen medidas que sólo contribuyen a limitarlo y a fomentar (más) desigualdades.

Podemos ver en nuestro sistema educativo cómo medidas lentas pero seguras hacia la dualización de los servicios vulneran los principios de igualdad y universalidad. La política (socialistas, se dicen) de mantener y aumentar los conciertos con colegios privados ha desembocado en un doble sistema (copagando también) que fomenta la segregación social, económica e incluso racial. Se vacían (poquito a poco, y de payos...) aulas en la pública y se crean en la privada, con la anestesia general de la carrera profesional. Coles públicos para gitanos y pobres, ¿eso no es apartheid?

Parece, pues, que el sistema sanitario (que sólo es responsable de una pequeña parte de nuestra salud) pueda llevar un camino parecido. De momento van a externalizar celadores, personal de mantenimiento y auxiliares de enfermería en el nuevo HUCA. Cada vez que se habla de sanidad, venga o no a cuento, se pone en duda la sostenibilidad de este sistema, y yo quisiera recordar varias cuestiones:

- El SNS (como la escuela pública o el sistema de pensiones) no cayó del cielo ni es fruto de la beneficencia franquista, sino que viene de muchos años de luchas sociales. Y persistirá siendo público en tanto sepamos defenderlo. Ni más ni menos.

- El Estado Español es uno de los países de la OCDE que menos gastan en salud. Se puede gastar más (reformando la fiscalidad hacia impuestos progresivos a los que más tienen) y redefinir el gasto para gastar mejor (replanteándonos el 30% correspondiente a gasto farmacéutico).

- Existe otro sistema paralelo de facto, cuando ya no hay motivos actualmente para mantener las mutualidades de Muface, Isfas y demás, que pagamos entre todos.

- Otros muchos gastos de nuestros presupuestos son más que cuestionables y, sin embargo, su «sostenibilidad» nunca se discute: ni el gasto militar y securitario (hasta el 17 por ciento de los Presupuestos Generales del Estado), ni el mantenimiento del aparato burocrático del sistema, empezando por los sueldos de nuestros políticos y consejeros. Ni qué decir tienen las desgravaciones a quienes más tienen (impuestos de patrimonio, las reformas fiscales y laborales progresivas) o la cantidad indecente e inmoral que se acaba de regalar a los bancos (¿es eso sostenible?).

- Hay muchos ejemplos, experiencias y evidencias a lo largo del mundo que demuestran que el acceso a una sanidad universal con una visión fuerte de salud pública consigue mejores resultados (indicadores de salud) con menos gasto absoluto.

Tenemos, pues, que superar el modelo gerencialista que nos equipara a una empresa capitalista y favorece el reduccionismo de que el profesional sanitario es el único capaz de promover la salud de las personas. Entiendo que se nos dibujan dos caminos posibles (y la decisión, repito, es política, no técnica). Por un lado, está seguir con los procesos privatizadores (aunque aquí sean a fuego lento) de Madrid o Valencia. Por otro, el avanzar en la salud como derecho para todos. En ese sentido, ahí van algunas recomendaciones:

- Profundizar en el modelo de atención primaria de salud. Y eso no quiere decir ni abrir más edificios de centro de salud ni el «abierto 24 horas» que venden los políticos. Significa hablar de prevenir (tabaquismo, alimentaciones defectuosas, sedentarismo, soledades...) de promover la salud, de hábitos sanos, de cuidados... Significa que la comunidad sea protagonista de su propia salud. Significa menos horas de consultas ineficaces y más horas de trabajo social, de educación y de denuncia de situaciones sociales que vulneran nuestra salud. Ejemplo de esto es la desprotección en la que viven miles de nuestros mayores, que no necesitan más hospitales de agudos, ni más medicamentos contra la demencia, sino redes de cuidados.

- Hacen falta espacios de reflexión sobre los pasos a seguir y sobre la filosofía misma del modelo, para luego poder tomar partido. O derecho, o negocio; aquí no caben tibiezas.

- Control progresivo de las personas sobre los determinantes de la salud. Contra la medicalización, autogestión y autocuidados. Contra el modelo gerencialista, participación de los trabajadores y los usuarios en la toma de decisiones, de abajo arriba. La propia ley General de Sanidad de 1986 preveía medios y mecanismos que no han sido desarrollados y que urge poner a funcionar, pero sin tutelas.

- Comprender que las desigualdades sociales son causa fundamental de que muchas personas vean amenazada su salud: el paro, la precariedad laboral, el individualismo, la exclusión social, las agresiones al medio ambiente, el modelo de consumo, producción y tiempo libre... y tantos otros son determinantes fundamentales de la salud, mucho más que los hospitales.

En vez de proponer castigos a los supuestos malos usos del SNS, parece más prudente y necesario diseñar una estrategia a largo plazo (pero el largo plazo dura más de cuatro años) de educación en la salud, los cuidados y en la responsabilidad respecto al uso de los bienes colectivos. Eso supone una estrategia transformadora, por la que tendremos que apostar en oposición a las falacias de los copagos.

Para echar fuera este virus privatizador hace falta que suba la fiebre. Es verdad que a veces es molesta y que duelen los huesos. Pero es señal de que el organismo (social, en este caso) está respondiendo para defender su integridad y su supervivencia. Tenemos demasiado enmascarada este fiebre tan necesaria. En la defensa de nuestros derechos, a los privatizadores, ¡ni paracetamol ni agua!

Pablo González García

MIR CS (Contrueces), Xixón

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