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Desembarco en Tazones

4 de Septiembre del 2018 - José Antonio de Lillo Cuadrado (Moreda (Aller))

LA NUEVA ESPAÑA, los días 21, 26 y 27 del recién concluido mes de agosto, informaba de la llegada anual de Carlos V a Tazones (Villaviciosa). Dicen que, por parte de madre, Juana I, desciende de los Reyes Católicos; y por parte de padre, Felipe el Hermoso, lleva sangre de María de Borgoña y Maximiliano, Emperador del Sacro Imperio. Como no me sonaba que en España hubiera reinado un Carlos V, vástago de tan ilustres familias, fui a consultar algunos libros que pudieran salir de dudas. Resultado: desde Ataúlfo hasta don Rodrigo y desde don Pelayo hasta Felipe VI, por ninguna parte aparecía este supuesto rey español. Que sepamos, el último rey de este nombre fue Carlos IV el Cazador, hijo del Carlos III y padre de Fernando VII.

Por otra parte, el Carlos que desembarcó en Tazones tenía diecisiete años. Le faltaban dos para ser elegido emperador. Luego a este puerto no pudo llegar ningún Carlos V. A quien arrastraron los vaivenes del Cantábrico fue a Carlos I. En las informaciones de las fechas citadas hay Carlos I y Carlos V por todas partes, con la consiguiente desorientación para los lectores: el I arrastra la “rr” para decir que “Es ‘Astugias’ un ggan país”. El V “Agita Tazones”. Este mismo fue “llevado en volandas…”. “Tras el recibimiento inicial, Carlos I y un largo séquito subieron…”. Uno de los títulos anuncia la “Historia de Carlos V en 3 días”. Se avisa de que “El… desembarco de Carlos V incluye…”. En honor al recién llegado se organiza un “Cross Ruta Imperial Carlos I”. Aquí se proclama que “Carlos I tuvo una despedida especial”. En un subtítulo, “La capital maliayesa agasaja a Carlos V con música”. Más allá, una vecina de Tazones presenció “la arribada de Carlos I, el emperador que porta el infausto honor de haber nacido en una letrina (¿¡!?)”. Pero es justo decir que los historiadores, con el fin de que no cunda el desaliento, evitan a veces el nombre y el número de orden y le dan otros títulos, como: “heredero de Castilla y Príncipe de Asturias”, “futuro emperador”, “joven príncipe”, “futuro monarca” y “el ilustre rey”.

El lector quedará perplejo ante tanto vaivén. Alguien podría pensar que se trataba de personas distintas, por lo que no sería extraño que algún turista renunciase a volver a Tazones y decidiera, en sucesivos años, dirigirse directamente a Yuste. Allí sabría, al fin, cuál era el Carlos que se retiraba al Monasterio de los Jerónimo, si el I o el V y le dirían, para su sorpresa, que eran el mismo.

Sea Carlos I o Carlos V, se echa de menos, en la caracterización de quien representa a cualquiera de los dos, su acusado prognatismo, rasgo que en algunos pueblos de Asturias llaman “cazu”. De esta broma anatómica dejaron constancia Tiziano en varios retratos y Pompeo Leoni en El Escorial. El entonces embajador de Venecia lo describe así: “… ni en él ninguna parte del cuerpo se puede afear, excepto el mentón, o sea todo el maxilar…, donde sucede que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores…”. La herencia del prognatismo llegó hasta Carlos, como puede verse en algunos cuadros del avilesino Carreño Miranda.

Para que se cumpla la verdad histórica, aquel Carlos I adolescente deberá esperar dos años entre los maliayeses. Después de este intervalo, ya Emperador, podrá volver a Tazones como Carlos V, en 1519, con su amplio séquito de flamencos.

El Carlos (I o V, ya es igual) que llegó a territorio de Villaviciosa desembarcó en Tazones es el mismo que, pasado casi medio siglo, llegó a la playa Salvé de Laredo para, desde allí, ir a Yuste a buscar el reposo definitivo.

José Antonio de Lillo Cuadrado

Moreda (Aller)

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