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El día que muera Franco

3 de Septiembre del 2018 - José Antonio Noval Cueto (Pola de Siero)

Nunca pensé tener que escribir estas letras, y más después de cuarenta y tres años de su fallecimiento, pero el decreto ley aprobado por el Gobierno, me obliga a ello y me traslada a la Plaza Feijoo de Oviedo, sede entonces de la Facultad de Filosofía y Letras, y a una clase de Literatura de finales de los 70, poco después de la muerte de Franco, cuando un profesor para evidenciar el desarraigo y desconocimiento de España que tenían los exiliados españoles en México -ejemplo válido para cualquier otro lugar- nos comentó el argumento de un cuento titulado “El día que muera Francisco Franco”, cuyo autor creo, si mal no recuerdo, que era Francisco Ayala y que tiene como protagonista a un camarero de un café en el que todas las tardes se suelen reunir los exiliados españoles y que, después de muchos días y tardes de café, escucha que en todas las mesas se hablaba el mismo tema y no era otro que “el día que muera Francisco Franco”. Y él, el camarero, lleno de curiosidad y de una extraña generosidad, viene a España y decide satisfacer sus deseos, que no son otros que asesinar a Franco. Cumplido el objetivo y ya en México, reincorporado nuevamente a su trabajo comprueba con asombro que sus clientes, los exiliados, siguen hablando del día que muera Francisco Franco.

Algo así nos está pasando ahora en España, después de haber dado televisión y sepultura a Franco un 20 de noviembre de 1975, o sea hace casi 43 años, no sé cuantos meses, semanas y días… pero si unos desentierran a Bolívar, aquí a Franco, que los últimos días vuelve a cabalgar como el Cid, después de muerto, y está generando unas retenciones de tráfico en la A-6 nunca vistas, que ni en época de nieves y hielos, y el responsable de todo esto es un gobierno hipotecado que quiere evidenciar que la culpa de todo lo que ha pasado y pasa en España es de Franco: de la mala conservación de las infraestructuras, de los pantanos -despectivamente le llamaban Paco Pantanos-; de las pagas extra que vacían la caja de las pensiones; de haber implantado la sanidad para todo españolito que tanto dinero nos cuesta, o de haber impulsado la construcción de viviendas sociales, ahora que tenemos burbuja en la vivienda.

De los casi 46 millones de españoles desconozco cuántos han vivido y coincidido con Franco, sé que, en el patio lateral de casa, donde jugábamos al balón, cuando empezaba a llover, Benjamín llamaba a su madre y le decía:

-Mamá… llama a Franco y dile que deje de llover.

En el mes de mayo, cuando era la época de pescar, los niños de mi barrio, el Cruce Nuevo de Lugones -hoy Avenida de Oviedo- nos agolpábamos en las aceras, pegados a la valla para ver pasar a Franco y a su escolta. Nunca nos poníamos de acuerdo sobre qué coche llevaba a Franco, quizás el de los cristales verde oscuros, el tercero, el quinto… De su fallecimiento empezó a informar Radio Nacional de España hacia las 6 de la mañana con esa música que presagia problemas, malas noticias, muerte…

Han pasado 43 años, se pactó una Transición y ahora, incomprensiblemente seguimos diciendo “el día que muera Francisco Franco”. Parece que algunos no quieren que desaparezca de nuestras vidas, que nos acompañe, que justifique su inexistente programa político, que oculte sus desaciertos políticos -del Aquarius a la expulsión de migrantes y eso que el Presidente dijo que “con este Gobierno lo que ha empezado es la política migratoria que no había hasta ahora”- , que les reporte algún voto, pero con todo, lo más grave es que después de casi ochenta años, aún no nos hemos puesto de acuerdo para levantar un acta objetiva y rigurosa, una Historia que contenté a todos, de lo ocurrido en los años 30 en España, especialmente del 1936 a 1939, y es que entre las versiones de los vencedores y las de los vencidos la verdad, la objetividad y el rigor se tambalean.

Ochenta años después de terminar la Guerra Civil estamos inmersos en otra guerra, la de la memoria, y no con el noble fin de aclarar hechos, situaciones, sino con la única intención de tensionar, de fragmentar, de enfrentar a la sociedad española, de sembrar odio y esto es algo que la mayoría de la población crítica, desecha, y es que sus mayores les dijeron: Que nunca se repita, que no ocurra más… Hoy, como ha dicho recientemente José Luis Garci, sería imposible la Transición política que entre todos nos hemos dado y que pasará a la Historia como uno de nuestros periodos más florecientes.

Todo vale para llegar al poder, conseguir votos, y ya que no hacemos gestión ni resolvemos problemas, tensionemos con propaganda, publicidad, mentiras… Hoy, cuarenta y tres años después de su muerte, el gran problema de España sigue siendo Franco -de ahí la necesidad de un decreto urgente; pensé que el propio presidente Sánchez explicaría o justificaría la necesidad- y es que da la impresión que algunos aún lo necesitan para conseguir votos y exhibir su credencial de progresista. De los pobres que se ocupe Cáritas.

José Antonio Noval Cueto

Pola de Siero

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