Dios y el mundo

6 de Septiembre del 2018 - Ángel de Vega Gómez (Oviedo)

El 23 de agosto publica una carta de José Viñas en su periódico, bajo el título “El mundo es injusto y Dios lo permite”. Escritor habitual en la sección de cartas, insiste una vez más (y ya se hace cargante) en sus ideas sobre Dios y desafío al clero (“curas con galones” es su expresión frecuente irrespetuosa). Al principio, critica a los descendientes de los ricos (niños malcriados a los que regalan los títulos universitarios, aunque algunos, menos mal, salen bien parados por su esfuerzo personal) y, que posteriormente identifica con los partidos de derechas (refalfiados, les llama) y ensalza a los de izquierdas, donde estaría el esfuerzo, la honestidad, reparto de la riqueza, oportunidades y promoción para el prójimo (unos santos en potencia, vamos). Tanto en los nacidos de buena cuna, como usted dice, como en los de familia de bajos recursos, a nadie le han regalado nada en mi experiencia como universitario (de bajos recursos, por cierto) y tanto unos como otros se han esforzado con su sacrificio personal, y vales o no vales (siempre habrá alguna excepción). Pero después de su perorata inicial, ya reincide en su falta de respeto a Dios (por muy creyente que se declare siempre; en un Dios a su medida claro) y se atreve a interpelarle y censurarle, acusándole de que premia a los que tienen el poder y el dinero (los de derechas, por supuesto; pobrecitos los de izquierdas que tan mal viven y tan pocas posesiones tienen) y que no cumplen sus mandamientos y, además consiente las injusticias de este mundo, pidiendo explicaciones a los “curas con galones”. Para Dios todo es presente, y le duele tanto que un niño muera o que haya desgracias, como a usted y como a mí, pero sus afirmaciones rayan casi en la blasfemia, y ni usted ni yo, ni persona alguna somos nadie para señalar a Dios como culpable de nada, y debemos estarle agradecidos porque nos ha dado la vida (es cuestión de fe, o se cree o no se cree). Recapacite un poco, con resignación ante las dudas (la mente humana no puede explicar lo divino), y se lo dice una persona que perdió a un ser querido en la flor de la vida (y que conoce, por sus relatos, sus sufrimientos igualmente), y que en cierto modo le admira por muchos de sus acertados escritos, y que además le desea lo mejor en esta vida.

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