Cumbres llenas de luz gracias a otros
Érase una vez una parroquia en la que todo el mundo vivía feliz porque los feligreses tenían todo lo que eran capaces de desear, un corazón alegre y llenos de contento y de júbilo. Ese alborozo interior era el resultado del trabajo callado, esforzado y decidido de un cura que nunca critica, nunca se enfada, y que ofrece su ayuda y apoyo, sin ni siquiera pedírselo, a todo aquel que lo necesita.
Es la copia perfecta del Buen Pastor del que habla el Evangelio, siempre está allí para sus ovejas, que le reconocen por sus gestos, sus palabras de aliento y sus buenas obras. Y además es una persona veraz, lo que explica cuando comenta el Evangelio es lo que él vive y pone por obra.
En este cuento hemos de añadir además otras marcas que lo distinguen como “cura” y como “persona de bien”, sus denodados trabajos en otras tierras, siempre ayudando a los demás en la mejora interior y a veces, muchas veces, en asistir a todos aquellos que lo necesitan en su día a día. Algunos, cuando entran tras la misa, preguntan por él así: ¿Y el páter, dónde está? Siempre que alguien necesita lo que sea, si él lo sabe, te dice “dile que suba cuando quiera”; de lo que nos dan, lo que les sirva de algo, allí está esperando por ellos, tanto comida como ropa, enseres, etcétera.
Él es el representante de Cristo en la tierra, es el mismo Cristo, y eso sentimos por dentro todos los que asistimos a la misa en la parroquia de San Pedro de los Arcos. Y, como el mismo Cristo, es humilde, cariñoso y muestra su afecto sincero a todo el mundo.
Yo sé que la obediencia es una las condiciones a cumplir de una persona que decide dar su vida a los demás por amor a Cristo, y nuestro párroco es obediente, eso lo conocemos. Le pedimos, con esa humildad que tienen los niños, a la persona encargada de tomar esta decisión, que lo madure un poco más y que lo deje quedar en nuestra parroquia hasta su jubilación; por favor, sólo le pedimos eso.
Supongo que usted tomará la mejor decisión, que esperamos coincida con nuestra petición. A veces el que nos pongamos en el lugar del otro nos hace cambiar por otra una determinación que habíamos tomado antes.
Voy a terminar refiriéndome a una carta del arzobispo de Oviedo, Fr. Jesús Sanz Montes, publicada el 28 de junio de 2018 en http://www.iglesiadeasturias.org/, con el título “Cumbres luminosas", en la que hace un juego de palabras con la novela de Emily Brontë “Cumbres Borrascosas”, y algo a lo que él se refiere como “Cumbres luminosas”, que es lo que gracias a nuestro párroco, con su trabajo callado y su esfuerzo, tenemos en nuestra parroquia. Nosotros llevamos “un largo recorrido de ascensión, y gozando de su cumbre se atisba un horizonte diáfano, luminoso, en donde la mirada se dilata, el corazón se llena de gratitud y tras el merecido reposo se prosigue la escalada hacia la cima siguiente en la que nos espera también allí el Señor”.
Ojalá esa escalada hacia nuestra próxima cima, en la que el Señor estará esperándonos de nuevo, la podamos subir guiados por el padre Jorge.
Muchas gracias por haber perdido un poco de su preciado tiempo en la lectura de estas líneas, que ojalá le hayan tocado un poco el corazón.
P. D. Me encantaría poner fin a esta carta citando a uno de mis escritores favoritos, Oscar Wilde: “Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones”.
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