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El club de los poetas vivos

20 de Enero del 2009 - Ramón Alonso Nieda (Mesariegos (Parres-Arriondas))

Qué injustos fueron con Almudena Grandes, simplemente por ejercer a su manera (que es muy suya, desde luego) el derecho de expresión. Menos mal que Almudena es como el sándalo, que perfuma el hacha que la hiende. «La han difamado con interpretaciones retorcidas de lo que jamás dijo», dice el fino escritor y político ovetense Antonio Masip, que, desde Bruselas («Aquí, Bruselas», LA NUEVA ESPAÑA, 06.12.08), acude solícito con compresas y ungüentos cuando el daño, ¡ay!, ya estaba hecho.

«Luis García Montero y Almudena Grandes, su mujer», nos instruye Masip, «pertenecen a lo mejor de la literatura y de la sociedad contemporáneas, aunque no pertenezcan precisamente a mi adscripción política». Como Antonio Masip es eurodiputado por la Tercera o la Cuarta Internacional (que no lleva uno la cuenta), cabe inferir que don Luis y doña Almudena son de derechas... Pero lo sustantivo es que la pareja pertenece «a la mejor sociedad», como el propio don Antonio. Seguramente a una de esas familias cruelmente castigadas por el franquismo, como la suya (la de Masip).

Pero los que no frecuentamos con Masip los salones de «la mejor sociedad» no tenemos ocasión de escuchar lo que dice la Almudena; así que nos tenemos que contentar con leer la «Versión para imprimir» («El País», 24.11.08). Y es verdad que lo que allí se imprime a propósito de la madre Maravillas, si se lee derechamente con las gafas que nos presta Masip, puede entenderse como una muestra más de ese filón, bastante socorrido, del humor popular con monjas protagonizando peripecias eróticas; un puñado de sal gruesa sobre las famosas tres heridas por donde sangra la vida (sexo, religión y muerte), pero ninguna traza manifiesta de un «animus iniuriandi». Ninguna, con las gafas de Masip.

Un humor, por otra parte, no exclusivo de la izquierda y con expresiones también en un registro más culto. Todos recordamos la elocuencia florida de Alejandro Lerroux –«Jóvenes bárbaros de hoy (...), alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie». («La rebeldía», 1906)–. Tampoco tenemos olvidadas las de otro señor muy fino, que pertenecía también a «la mejor sociedad» (Queipo de Llano era consuegro del primer presidente de la Segunda República) –«Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido hombres de verdad, y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará» (Radio Sevilla, 23.07.36).

Pero, si las teníamos olvidadas, nos refresca la memoria Almudena con las suyas, que enriquecen el tópico con un suplemento de morbo (¿no es autora, ella, más bien desinhibida?) –«¿Imaginan el goce que sentiría (la madre Maravillas) al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm!- sudorosos?»–. Cuidado con las «interpretaciones retorcidas». No está deseando la escritora que a sor Maravillas le hubiese sucedido ese percance. «Almudena puede ser un poco impulsiva, pero no es ninguna desalmada», como muy bien dice Bono (lo dijo de Tardá, pero claro que estaba pensando también en Almudena). Lo que está queriendo hacer la Grandes es venir aquí en ayuda de nuestra pobre imaginación para que nos hagamos una idea de cómo hubiera reaccionado en un trance como ese una monja como aquella con una cabeza como la suya (¿Hemos entendido bien a la ilustre amiga de Masip?).

Ahora bien, estimular la imaginación del lector ¿no es la función primordial de cualquier literatura, incluida «la mejor»? En cambio, para saber cómo se las gastaban esos milicianos tan cojonudos que, si a mano viene, defendían la legalidad republicana haciéndoles un favor a las monjas antes de liquidarlas no necesitamos literatura; eso está en las crónicas: «Es especialmente cruento el caso del asesinato de tres hermanas de Riudarernes, Carme, Rosa y Magdalena Fradera, religiosas del Corazón de María, que en un bosque cerca de Lloret fueron violadas con troncos de árbol y con los cañones de las pistolas con las que las mataron antes de dejar sus cadáveres abandonados en la cuneta de la carretera». («La Iglesia en llamas», J. Albertí, Ed. Destino, octubre 2008).

La madre Maravillas, que no corrió la misma suerte (vuelve aquí la prosa Grandes en socorro de nuestra deficiente fantasía), «en 1974, al morir en su cama, recordaría con placer inefable aquel intenso desprecio, fuente de la suprema perfección. Que la desbeatifiquen, por favor». Y que canonicen a Almudena, que beatificada ya la tiene Masip.

Se felicita Masip de que la Universidad de Oviedo haya resistido «presiones inquisitoriales» para cerrarle las puertas a Almudena; un episodio, éste sí, susceptible de una lectura opuesta: el alma mater de una Universidad fundada por el inquisidor general del Reino, Fernando Valdés Salas, vuelve por sus fueros y enciende las luminarias de las grandes solemnidades y despliega alfombra roja a los pies de los nuevos inquisidores; los que cortan hoy los sambenitos y tienen la sartén por el mango para atizar a los pocos heterodoxos renuentes que se resisten a pasar por el aro.

Por ejemplo, los lectores de a pie que nos sentimos agredidos por las transgresiones verbales de la inmensa Almudena Grandes y sólo nos queda el modesto recurso de enviar cartas a la prensa (pero, como además está habiendo tantos argayos, los periódicos están mayormente en otra cosa, y echar esas cartas al buzón vale casi tanto como tirarlas directamente a la papelera).

Sin embargo, Almudena está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa porque, entre otras cosas, está hasta las narices de trabajar para «los señoritos obispos», que encima la obligan a madrugar –«A los demás nos queda madrugar», confiesa–. ¡Conque Almudena Grandes currando para la Conferencia Episcopal y, por lo visto, nada menos que en «Las mañanas de la COPE»! (Y uno que se «la llevaba al río, creyendo que era mozuela»... «Oh tempora, oh mores»). Y todo el Reino creyendo que Almudena trabaja con PRISA, para monseñor Polanco (que en paz descanse) y monseñor Cebrián.

Está triste y amenaza con exiliarse, como Rosa Regás en su día. Estas chicas milicianas de la retaguardia viven en un ay y siempre tienen lista una maletina Hermès con lo indispensable para salir pitando en el vuelo barato. Que no se vaya, por favor, que con Almudena Grandes en México y Antonio Masip en Bruselas esto sería un páramo.

Antonio Masip, tan ilustrado y tan fino que se nos muere de bueno y de sencillo, fue alcalde de Oviedo; resulta superfluo recordarlo. (No estará nadie pensando que los electores de Oviedo, antes de ser «tontos de los cojones», ya habían sido tontos del bote).

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