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No es momento de contemporizar

10 de Septiembre del 2018 - Santiago Pérez

La lectura de “El orden del día”, de Éric Vuillard, me hizo establecer un cierto paralelismo con lo que sucede hoy. Antes de seguir, quiero dejar muy claro que el contexto histórico no es, ni por aproximación, similar al que narra Vuillard.

“El orden del día”, para quienes no lo hayan leído, relata la reunión que se celebró el 20 de febrero de 1933 entre Hitler, Göring y veinticuatro grandes industriales en el Palacio Residencial del Reichstag. El motivo era conseguir financiación destinada al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) para afrontar las elecciones parlamentarias de Alemania de marzo de 1933. Los industriales acordaron crear un fondo de 3.000.000 de reichsmarks (moneda alemana utilizada desde 1924 hasta 1948. Tenía un valor de 4,2 RM por cada dólar).

En ese cónclave estaban presentes Günther Quandt, August von Finck, Georg von Schmitzler, Wilhelm von Opel, Gustav Krupp, August Diehn y Herbert Kauert, entre otros. Algunos nombres que a la mayoría no nos dicen nada. Si nos hablan de BASF, Bayer, Varta, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz o Telefunken “con esos nombres sí los conocemos”, como nos aclara Vuillard. Los máximos representantes de esas empresas son los que se reunieron y financiaron a Hitler para llegar al poder. La connivencia empresarial y política con el nazismo fue total en los primeros años de su trágica existencia.

Otro ejemplo de la permisividad con los nazis, también recogida en el libro, fue la anexión de Austria a Alemania (Anschluss). El silencio de los primeros ministros europeos fue estrepitoso y de terribles consecuencias. La actitud de Neville Chamberlain, primer ministro del Reino Unido, fue tan “llamativa” que dio lugar a que se acuñase un término al cual está indisolublemente unido: Policy of appeasement (Política de apaciguamiento). No está mal recordar lo que le espetó Winston Churchill a Chamberlain en relación con esa anexión: “Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra”.

Hasta aquí les cuento. Les recomiendo su lectura.

Pues bien, este libro me sirvió para fijarme un poco más en lo que está sucediendo en Europa, aunque es extrapolable al resto del mundo. Repito, no equiparo situaciones, pero no pude evitar pensar que en la actualidad se está actuando con absoluta condescendencia con los grupos políticos más radicales, con la extrema derecha, y en eso sí que hay una similitud. El ejemplo más evidente son las actitudes xenófobas que recorren Europa. Xenofobia y racismo van de la mano.

La última muestra son las manifestaciones celebradas en la ciudad alemana de Chemnitz, protagonizadas por neonazis con la excusa del asesinato de un hombre. Han desatado la caza del extranjero en Alemania.

La participación de personas de todos los ámbitos en esta escalada de intransigencia es preocupante. En esa misma ciudad de Chemnitz un manifestante trató de impedir que le grabase la televisión pública ZDF, resultó ser un trabajador del departamento de Investigación de lo Criminal del land (Estado federado). Peor aún, el diputado de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), Markus Frohnmaier, pidió a los ciudadanos a través de su cuenta de Twitter que se tomasen la justicia por su mano.

En fechas recientes, el ultranacionalista Viktor Orban, primer ministro de Hungría, se reunió en Milán con el ministro italiano del Interior y líder de la ultraderechista Liga, Matteo Salvini, para ir concertando actuaciones políticas. Creo que ambos son de sobra conocidos.

Orban se ha convertido en la referencia del grupo de Visagredo -integrado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa-, defensores del cierre de fronteras exteriores en la UE (Unión Europea). Como curiosidad, les recuerdo que dos días después de la victoria de Viktor Orban, el pasado mes de abril, el diario “Magyar Nemzet” y la emisora de radio Lanchid cerraron. Eso sí, el cierre fue motivado por cuestiones financieras. Seguro que no tuvo nada que ver que ambos medios fuesen propiedad de uno de los mayores opositores y examigo de Orban.

Por su parte, Matteo Salvini nos tiene acostumbrados a descomunales exabruptos. Uno de los últimos ha sido, refiriéndose a los inmigrantes: “Se les acabó la buena vida; que empiecen a hacer las maletas”.

Ambos, Orban y Salvini, son amigos, no sé si del alma, de Vladimir Putin.

Otro de los máximos defensores del cierre de fronteras es Sebastian Kurz, el canciller austriaco, quien además es un férreo defensor de crear schutzzentren (centros de protección) en países extracomunitarios para recibir allí a los migrantes y decidir mientras están recluidos en ellos sobre sus peticiones de asilo. ¿A qué les recuerda? No es el único. El tema ya llegó al Consejo Europeo, y por ahí sigue, donde se habla de “plataformas regionales de desembarco”, eufemismo para decir lo mismo que Kurz. Países como Eslovenia o Dinamarca se montan a ese carro.

El primer ministro checo, el populista Andrej Babis, tampoco se anda con chiquitas: “Cuando digo que no quiero recibir ni a un solo emigrante, esto es un símbolo muy concreto”.

Y ya un último ejemplo. El presidente francés, Emmanuel Macron, relevó de su cargo al embajador galo en Hungría, Eric Fournier, por un documento en el que elogiaba a Orban por su política migratoria.

No me tachen de alarmista, es para alarmarse. El tema migratorio es la punta del iceberg. Es un asunto muy sensible, genera gran controversia y apasionamiento, sobre todo en momentos de crisis económica y de intensos y rápidos cambios sociales como el actual. La desinformación, la manipulación más descarada, está atiborrando muchos medios de comunicación y sobre todo las redes sociales. A la extrema derecha europea le está resultando muy fácil ganar adeptos a esta causa, luego ya vendrán otras cuestiones, no se crean que van a parar aquí.

Tenemos suficientes indicios, y más qué indicios, de recortes de libertades, intentos de controlar los poderes judiciales o de modificar legislaciones para perpetuarse en el poder. Paralelamente están fomentando el ultranacionalismo -aquí podríamos hablar de Donald Trump o los partidarios del “Brexit”-, con las matizaciones que deseen.

Los partidos de la derecha más centrados se están escorando hacia su derecha y aceptando postulados extremistas para no verse descolgados en las elecciones. Incluso desde la izquierda se están produciendo enormes silencios, a la vez que van dando bandazos que desconciertan a los ciudadanos. Las políticas erráticas de la izquierda, junto a su desunión a nivel europeo, están contribuyendo a que las proposiciones más radicales y menos democráticas tengan cabida en el debate político.

En España vemos cómo los que se denominan de centro derecha intentan recuperar leyes de 1985, desmemoriar nuestra historia o ilegalizar partidos cuyas opiniones no les gustan. No me parece un buen camino.

Reitero por tercera vez: las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado no son equiparables a hoy.

Los que quieren acabar con la democracia se aprovechan de ella para destruirla. No se lo pongamos fácil. No es momento de contemporizar.

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