La iglesia quemada de Ranón
Me refiero al artículo firmado por José Manuel Ponte, publicado en ese diario el 28 de agosto, con la intención de sugerirle una solución a su trascendental preocupación, esto es, qué hacer con el Valle de los Caídos.
Respecto a la abadía, propongo que la incendien hasta su total devastación.
Con los enterramientos allí realizados, incluido obviamente el de Franco, una vez profanados y despojados de cualquier objeto valioso, pueden dejarlos bien desperdigados y revueltos.
Ambas acciones, por repugnantes e impías que puedan parecer, fueron habituales, y en gran parte impunes, durante el transcurso de la Segunda República, como bien sabe el autor.
Por afinidad y como ejemplo me referiré a las llevadas a cabo en 1936 en Ranón (Soto del Barco).
El cementerio, próximo a la iglesia, fue objeto de los mismos actos que recomiendo, quedando los restos a la intemperie como sustento de cuanto animal carroñero tuvo a bien, hasta que una vez terminada la contienda lo que quedó fue trasladado al actual camposanto.
La iglesia, incendiada y expoliada, nunca más pudo ser utilizada como tal y hasta que se construyó la actual, la escuela de niños se usó para todo tipo de actos litúrgicos.
Pues bien, como después de lo que he recomendado me siento tenso y, no sé por qué, con síntomas de remordimiento, terminaré con algo que si no fuera por la carga eufemística que del encubrimiento conlleva resultaría gracioso.
A una caleya que discurre por delante del templo destruido el muy ilustre Consistorio decidió ponerle el nombre de “Camín de la Iglesia Vieja”, algo que nunca existió porque durante su vigencia nunca hubo una iglesia nueva.
Para ser fehaciente y riguroso, y se supone que el Ayuntamiento deba serlo, cámbiese el adjetivo y quede como “Camino de la Iglesia Quemada”, a mayor gloria de la memoria histórica.
Atentamente,
Marco A. Suárez Cuervo
San Esteban de Pravia
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