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Aurelio Ramiro González, merecida medalla al Mérito del Trabajo

18 de Marzo del 2010 - José Manuel Gómez Tuñón (Oviedo)

En 1896, un niño de Llantrales (Grado) embarcó para La Habana con una maleta repleta de fe, coraje y escasa y pobre ropa. Encontró trabajo de «cañonero» (chico para todo que «sale como un cañón») en La Casa Blanca, establecimiento en el cual comía y dormía a cambio de los más humildes trabajos. El niño era César Rodríguez, alma máter de El Corte Inglés (ver «La Historia de El Corte Inglés», de Javier Cuartas).

Cuando hace años leía el libro, surgió espontánea la comparación de esta inicial trayectoria con la del recientemente condecorado con la medalla al Mérito en el Trabajo Ilmo. Sr. D. Aurelio Ramiro González.

El niño Ramiro, responsabilizándose de su familia (madre y otros cuatro hermanos), venía a trabajar de recadero a los 12 años a una tienda de ultramarinos desde un alejado arrabal de Oviedo. El dueño decía: «Lleva este encargo a D. Fulano, en tal calle». Ramiro preguntaba número y piso, pero no teniendo más contestación que «búscalo», callaba, cogía paquete y carrillo y la entrega era rápida y estoy seguro de que con alegría porque el enfado no va con él y sí, en cambio, el agradecimiento a quien en él confía.

El dueño, de fuerte carácter pero noble y de gran corazón, y su mujer, tanto o más que él, maestra, además, pronto comprendieron la joya que tenían y lo arroparon y ayudaron. Y, sin dejar de trabajar, orientó su vida hacia la técnica mercantil, abandonando la tienda pero no al matrimonio, del que se convirtió en un familiar más y consejero, incluso de hijas y nietos. Ramiro, de donde entra no sale, no lo dejan salir; su opinión y compañía son necesarias.

Fue feliz cuando instaló a su madre y al resto de hermanos en Oviedo: casa con pequeño terreno en Félix Aramburu, para que continuase en contacto con el campo. La conocí y me emociono recordándola. Bajo la pañoleta negra, los surcos de la cara denotaban un pasado de sacrificio y trabajo, pero los ojos irradiaban tranquila felicidad. Su confianza en Dios era inmensa y a él y a Ramiro agradecía ver a la familia unida y próspera (otro hijo era dueño de un comercio de ultramarinos en una calle cercana).

Fue Ramiro amigo de mi padre, y en momento crucial de mi juventud me orientó y enseñó a trabajar. Y a estar contento con el trabajo; cuanto más, mejor. Y a no mirar al reloj, ni las vacaciones... y la huelga, que fuese a la japonesa. Y a enseñar al que no sabe, sin esperar agradecimiento. Y a no pedir, porque quien cumple será compensado. En definitiva, a no defraudar.

Por eso, porque conozco su innata clarividencia, sabiduría y discernimiento, insobornable discreción, humildad e infatigable laboriosidad; porque sé de su austeridad personal y generosidad hacia terceros en todas las vertientes; y porque su conducta cívica ha sido y es ejemplar, estoy en condiciones de hablar de Ramiro y sirvan estas sencillas líneas de público reconocimiento de lo que ha hecho por mí sin pedir nada a cambio.

Y, fiel como era y es a la palabra, no dejaba de trabajar en aquello en lo que se comprometía, muchas veces no buscada. Buena fe doy de ello. Y más de un domingo por la mañana, sentado sobre cajas de, vino manejaba diario y mayor, teniendo por mesa un saco de legumbres en la trastienda de aquel comercio de sus primeros pasos.

En 1945 entró en Tudela Veguín. Don Pedro Masaveu le confirmó y ya no lo soltó. Y se convirtió en el hilo conductor de varias generaciones de este envidiado Grupo del que conocerá todos los rincones y entresijos, que –imagino– serán muchísimos. Y habrá conciliado agrios convenios y solucionado exigentes inspecciones. Y nunca se le vería en primera fila, pero siempre se sabía que estaba por detrás porque en este grupo no dudo que su opinión era valorada. Y en esta casa habrá tenido días de alegría pero cuando tocó llorar lo hizo con profunda convicción. Ramiro es muy afectivo, muy bueno, supremo calificativo para resumir una vida. No hizo El Corte Inglés como el niño de Llantrales, pero contribuyó a engrandecer el grupo Masaveu.

Conociendo a Ramiro, le pido perdón por estas líneas. Siempre quiso pasar desapercibido. Pero me han salido del alma cuando me enteré de la concesión de la medalla al Mérito en el Trabajo y las dejo con todos sus defectos a La Nueva España por si tiene a bien publicarlas.

José M. Gómez Tuñón

Oviedo

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