UNA HISTORIA

10 de Septiembre del 2018 - María José Peña (GAVA)

Aquí, en Cataluña, han pasado muchas cosas, ya lo sabemos. Pero hoy, a las puertas de esa Fiesta Nacional de Cataluña con cuyo establecimiento como tal en 1980 se inició lo que irremediablemente daría lugar al actual "procés (el recorte de derechos y la expulsión de la vida social de la mitad, al menos, de los ciudadanos de Cataluña, la expulsión de lo español, y, al final el intento de quebrar al Estado, en definitiva, el asalto a la democracia)", es preciso recordar esta historia.

Todo lo tenían planificado. Todo.

Y todo empezó con esa Fiesta Nacional carente de sentido histórico pero plena de sentido para marcar la supuesta identidad de unos, la cierta exclusión de otros, la arremetida contra la igualdad de todos y contra la españolidad. Y fue en 1980, apenas aprobada la Constitución Española que dio paso a las Autonomías.

Siguieron con la inmersión, y callaron todos los demás. Todavía no se alcanzaba a ver la gravedad de lo que nos esperaba aunque muchos inútilmente se desgañitaran advirtiéndolo.

Para imponer la inmersión, por etapas, como lo iban imponiendo todo, tuvieron que impulsar el abandono de miles de profesores; necesitaban dirigir la Educación porque desde ahí se hacía todo lo principal. Y cubrieron las plazas vacías que éstos se vieron obligados a abandonar con los nuevos profesores Licenciados en Filología Catalana, los que iban a cambiar la Escuela. ¡Y la cambiaron!.

La construcción Nacional proseguía y una Fuerza Policial propia, nunca viene mal.

Mientras en la escuela configuraban las nuevas generaciones de catalanes nacionalistas, desafectos a España y a lo español, sutilmente llegó la imposición lingüística. Poco a poco. ¿Recordáis a la "Norma"?. Las clases de catalán para adultos se llenaban. Los adultos ya no estudiaban por las tardes inglés, informática, guitarra, pintura o corte y confección. No. Ya se estudiaba catalán; todo el mundo estudiaba catalán; era el ascensor hacia la mejor colocación en el futuro, la garantía del ascenso social.

Más tarde, bueno, más tarde negaron el acceso a la Función Pública a todo el que no había estudiado catalán o no había superado el nivel por ellos fijado. La sociedad se empezó a dividir. En un lado estaban "los que lo sabían y lo hablaban y ya habían conseguido el nivel C", en el otro los parias que "no lo sabían ni lo hablaban ni tenían el nivel C". Estos últimos lo tenían mal, pero aún no sabían cuánto peor se les pondría. Las clases de catalán seguían llenándose. Hubo personas que dedicaron dos o tres años a alcanzar el nivel que se les exigía, ¡la mitad que una carrera superior!.

Luego la imposición lingüística se extendió; ya no era sólo una exigencia en la Administración: las Empresa, los Bancos, los supermercados y hasta el bar de la esquina lo exigían a sus trabajadores. Nadie quería arriesgarse a ser señalado como "mal catalán"

Después vino el amedrentamiento en los comercios: las multas lingüísticas desde el poder. Algunos "inspectores" se paseaban por los comercios advirtiendo a los comerciantes de la necesidad de que cambiaran los rótulos de sus comercios antes de que llegaran las multas que, de persistir, llegarían. Así el ultramarinos Pepe de toda la vida, debía llamarse "Queviures Pep", la Peluquería Loli, "Perruqueria Loli" o "Lloll", si se esmeraban; la Limpieza de Coches Hermanos Pérez, se debía convertir en "Neteja de Cotxes Germans Pérez", y la Frutería Ángeles debía pasar a ser "Fruiteria Angels". Las grandes empresas y los despachos profesionales se aprestaron a no desagradar al Patrón y comunicaciones, cartas, facturas, recibos, informes... todo pasó a ser emitido en catalán, incluso las Actas de las Comunidades de Propietarios se hallaban sujetas a esa exigencia, y ello independientemente de la voluntad de los copropietarios .

Mientras tanto los medios de comunicación públicos también habían iniciado su asalto: TV3 no emitía en español. Las radios autonómicas, tampoco. Incluso las televisiones y radios de ámbito nacional, fueran o no privadas, emitían durante unos tiempos exclusivamente en catalán, como si en las periferias autonómicas nadie supiera español. Pero no era sólo que se empleara en exclusiva una lengua que usaba menos de la mitad de la población sino cómo se empleaba ésta para por una parte, crear y extender una determinada y acomodada conciencia y, por la otra, para ignorar y expulsar a los confines de la sociedad a otra determinada y suburbial existencia.

Así, poquito a poco, media Cataluña estaba siendo expulsada a las esquinas por el poder. Pero todos callaban, especialmente los Partidos de Izquierda, ésos a quienes esa parte de catalanes que estaba siendo inmisericordemente expulsada de la vida social, confiaba la defensa de sus derechos. La inquietud creciente de las bases se limaba cada año con un poco de vaselina demagógica, una paella de hermandad y unos cuantos discursos en español, por supuesto, en esa Fiesta de la Rosa, bullanguera y mendaz, en que unos se codeaban por un rato con sus ídolos y se confiaban a ellos por un año más, y otros pasaban el mal trago sabiendo que a partir del día siguiente un año entero les quedaba libre para actuar.

Al mismo tiempo crecían los negocios. Cargos magníficamente remunerados o comisiones disimuladamente percibidas enriquecían a dirigentes y afectos. Había para todos y nadie metía mucho la nariz en lo de otros. Lo que se decía, se decía sottovoce. Su Cataluña, ellos mismos, se enriquecía. Todos ellos. Todos lo sabían y todos callaban. Era de mal tono referirse a ello. Sólo una vez, en el Parlament se habló de un 3%... Pero ya saben, enseguida se dejó de hablar.

Al servicio de la causa, de la suya, surgieron asociaciones y organismos sin fin. Todos ellos bien regados con dinero público, todos ellos haciendo país, su país, con el dinero de los que estaban excluyendo, también.

Nadie podía extrañarse de que se diera algún paso más. Y cuando se dio, "en Madrid" algunos les entendieron, claro que les entendieron, y otros se alarmaron un poquito y, sin saber muy bien qué hacer, se enternecieron y quisieron corregir las desatenciones a "su nación", porque eran una nación, que duda había, y desde ese Madrid desatento se les ofreció diálogo, mucho diálogo, y fruto del mismo, más ventajas y privilegios. Pero a los ofendidos nunca les parecía bastante. Y mientras iban cogiendo lo ofrecido con gesto displicente, iban también dando mayores pasos de exigencia y deslealtad.

Un día, finalmente, después de haber desobedecido Leyes y Sentencias, después de haber desoído ruegos y advertencias, se echaron al monte.

¡Y en el monte están!.

Aunque su silencio y su inacción les haga absolutamente cómplices de lo que ha ido sucediendo, hoy no nos vamos a detener en la sociedad que calló, en la prensa que no denunció, en la intelectualidad que no protestó, en los que no le dieron importancia, ni en los que lo "comprendieron"; tampoco en los que no se opusieron a que ocurriera, ni en los que lo toleraron y convivieron con ello; ni siquiera en los que ni intentaron atajarlo, aunque a todos ellos, uno por uno, debiéramos volver cada día en demanda de explicaciones por su culpabilidad ya insoslayable. Pero, no; hoy vamos a pasar de largo sobre todos ellos, sobre los que callaron ante la manipulación manifiesta de la Historia, sobre los que giraron la vista ante el amedrentamiento y la exclusión practicada en la vida social, sobre los ingenuos que creyeron podrían amansar a la fiera, sobre los que libraron cheques para el autogobierno de la región que eran usados para crear una identidad artificial. Hoy no vamos a hablar de todos ellos.

Hoy vamos a hablar sólo de los que lo hicieron, de los autores. Y vamos a hablar de la gravedad de estos hechos, y vamos a gritar nuestro rechazo como si fueran hechos nuevos o como si los acabáramos de conocer. Vamos a recuperar las palabras ya gastadas para volver a decir que esto, lo descrito, es muy grave, y que se ha practicado sobre la mitad de la población de Cataluña, y que quien lo ha hecho no es un dictador enloquecido, no es un grupo de sectarios políticos fuera de las instituciones, no es una organización de malhechores, ni siquiera es una banda de criminales. No. Quien lo ha hecho ha sido el Poder Público de una parte del Estado, desde el poder político conferido a esa parte del Estado y con los recursos materiales y financieros concedidos por el Estado a esa parte de él para los fines que debieran serle propios: gobernar la Autonomía en interés de toda la ciudadanía.

Y eso, la naturaleza del autor, el que éste sea parte del Estado, y el que los medios de que se han valido para perpetrar el "procés" sean de carácter público, eso, es lo que convierte al "procés" en un hecho insólito, gravísimo y violento. Casi tanto como que el Estado central consienta convivir con todo ello.

Y así hemos llegado adónde estamos y con los que hoy están.

Que luego éstos se pongan corbata y lazo amarillo; que sigan viajando en coche oficial; que sigan teniendo el poder de aumentarse el sueldo o el de gastar, en cualquier cosa que no sea gobernar, los fondos que, después de todo, aún siguen fluyéndoles desde el Estado central; que vayan a visitar a la prisión a los que les precedieron en lo mismo que hoy hacen ellos; que cierren el Parlament para evitar el democrático control que allí pudiera darse; que viajen a Waterloo con todo cinismo y con dinero público a visitar al golpista prófugo o a recibir instrucciones de él; que denuncien groseramente al autor de la única actuación legal que no les ha regalado impunidad por anticipado; que hagan todo ello, es grave, muy grave, pero la gravedad mayor, lo gravísimo, es lo ya perpetrado por esa parte del Poder Público, desde su condición de tal, contra los indefensos derechos de, al menos, la mitad de la población de Cataluña. Y la admisión de ello por otra parte del Estado.

¡No lo olvidemos!

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