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El pobre plumero de la Pampa y otras especies autóctonas

13 de Septiembre del 2018 - José Luis Hevia (Oviedo)

¡Qué bonitas están las autopistas en septiembre con los plumeros de la Pampa florecidos! Sin embargo, parece que el Principado va a invertir millones de euros en eliminarlos pues se considera a esta planta como una peligrosa, exótica e invasora especie. Yo pienso que, como en tantas otras cosas, en el término medio está la virtud: una cosa es controlar y otra exterminar y no me parece acertado exterminar una planta ornamental tan elegante.

En mi pueblo, en la finca de una familia astur-cubana, hay una mata de plumeros de la Pampa desde hace al menos, que yo pueda testificar, setenta años. Mi casa está a cincuenta metros de la mata y jamás he visto un plumero en nuestra huerta. Pero, además, desafío a cualquier ecologista o botánico a que busque en un kilómetro a la redonda de la mata a ver si encuentra algún otro plumero (hay otra mata ornamental en el pueblo vecino, que tampoco se ha extendido); en mi vejez me ha entrado la manía de segar praos –más entretenido que pasear por el Bombé–: siego los míos, los de mi familia y los de los vecinos, en total más de veinte mil metros cuadrados, varias veces al año, todos próximos a la mata astur-cubana, y jamás, jamás he visto un plumero de la Pampa delante de la segadora. Así que será una especie invasora, pero no tanto.

Yo sólo he visto plumeros en terrenos abandonados, no los he visto nunca en praderas, en maizales o en explotaciones forestales, que, por lo visto, respeta; el pobre plumero se limita a ocupar las zonas desechadas por los hombres, terrenos públicos en carreteras principalmente y alguna finca privada de esas olvidadas por los herederos que se han ido a vivir a la ciudad. Y ocupa esos terrenos abandonados en competencia con las sebes, las rebollas, las paniegas, las ortigas, los felechos, los perejilones, los cardos y demás malas hierbas, todas ellas prototipos también de plantas invasoras y, algunas de ellas, muy agresivas para el hombre, aunque, eso sí, todas “autóctonas” y a las que, por tanto, nadie se ha planteado eliminar. Pero es que, además, todas estas malas plantas a que me refiero no sólo ocupan los terrenos abandonados y los bosques, sino que se instalan con vocación de permanencia en praderas y terrenos de labor, de donde es prácticamente imposible eliminarlas y donde causan importantes trastornos para el aprovechamiento agrícola o ganadero. Para eliminar ortigas, arios y paniegas pediría yo ayuda a la Administración, la que no necesito para defenderme del plumero de la Pampa.

No hay fabas como las asturianas, Virgen como la Santina, ni truchas como las de Laviana. Convendría tratar de ir desprendiéndose de esta irracional distinción entre lo autóctono y lo exótico: ni las zarzas, ni los felechos, ni demás malas hierbas autóctonas están aquí desde el principio de los tiempos, llegaron un día, como llegan ahora los plumeros. Como también llegaron un día desde lejanas tierras los robles y los castaños. Como tampoco están aquí desde antes de la glaciación los corzos, los jabalíes, los lobos y los cormoranes que tanto daño están haciendo al campo, a la pesca y, en definitiva, al paisano, que es, por cierto –o no–, tan autóctono como todas esas especies de los reinos animal y vegetal. De momento, en una finca he conseguido defenderme del jabalí cerrando bien con alambrada, pero no he podido evitar que los corzos salten la valla para comerme las manzanas y romper las cañas de los árboles y temo que cualquier día lleguen los lobos, que también podrían saltar la valla y matarme las ovejas que me ayudan a segar. Para esto sí que necesitamos ayuda.

En fin, que controlen el plumero está bien, pero, por favor, no maten al mensajero que está denunciando el abandono de los terrenos de competencia pública. Yo, sinceramente, prefiero ver plumeros en los taludes y orillas de las autopistas que sebes y cotoyas: como dice mi amigo del pueblo ¡qué tién que ver!

(Sin ánimo de debate, creo que los plumeros empezaron a verse por el litoral cantábrico en los años sesenta o setenta del pasado siglo en la medianera de la autopista que se construyó por esas fechas entre Torrelavega y Santander; al menos, fueron los primeros que yo vi después de los de la mata de mi pueblo).

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