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La fortuna de vivir

16 de Septiembre del 2018 - José Antonio Coppen Fernández

Tras la primavera gozamos del verano y a continuación nos adentramos en el otoño, que precede a la estación del invierno, más pronto que tarde, y cada una de ellas tiene su propia sinfonía de color. Gocemos, pues, a ser posible, de las 4 estaciones, los 365 días del año. La vida no está envuelta con un lazo pero sigue siendo un regalo. Y así llegamos a la reflexión que debiéramos disfrutarla cada instante en función de la etapa de nuestra existencia, para seguidamente aceptarla como es y dejar que las cosas discurran naturalmente, que es la mejor manera de superar la ansiedad. Si alcanzas la tranquilidad y la serenidad, puedes estar seguro de que serás más feliz, lo cual te hará disfrutar de buena salud. Michel Eyquem de Montagne, escritor y ensayista francés, nos advirtió: “El signo más cierto de la sabiduría es la serenidad constante”. Debemos huir de compadecernos de nosotros mismos, alejándonos de lo tóxico, de tus enemigos, de quienes tratan de destruirte y, sobre todo, de los que pretenden decirte cómo debes ser. La vida es tan corta que no vale la pena sufrir. Por eso debemos celebrar asistir como testigos al milagro de ver amanecer cada día. A pocas inquietudes de que se dispongan existen cientos de planes para disfrutar en un tiempo tan reducido que va entre la cuna y la tumba.

Deberíamos estar siempre atentos al presente, pues el pasado no debe distraerte, es la manera de ser siempre nuevo. Si cerramos las ventanas de la frescura de la evolución, el pasado conseguirá entumecernos. Debemos liberarnos de la ansiedad, pensando que lo que debe ser será, y sucederá naturalmente, siendo conscientes que sufrir es una pérdida de tiempo. Y, sin embargo, hay tantas cosas de las que gozar en nuestra existencia. Perdona a quien te ha hecho daño, esas personas no son culpables de su educación. Sólo hay una manera de evitar las críticas: “no hagas nada, no digas nada y serás nada en la vida”, según Aristóteles. Los hombres no sólo olvidan los beneficios recibidos, sino que odian a quienes se los procuraron.

A partir de cierta edad cada uno puede elegir lo que le convenga según el estado de salud, y es ahí cuando deberíamos excepcionalmente pararnos a mirar para atrás, para comprobar las gentes de nuestro entorno que han emprendido el vuelo del último viaje hacia el más allá: familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, y entonces nos daremos cuenta de que nosotros nos beneficiamos de una más larga vida, lo que supone un regalo complementario para continuar disfrutando la vivencia de la felicidad. Para no caer en abstracciones teóricas sobre el concepto felicidad trataremos un acercamiento vivencial el tema. Lo primero que conviene clarificar es la relación existente entre bienestar y felicidad. Hemos de señalar que en una sociedad consumista como la nuestra ambos sustantivos y sus antónimos tienen mucho que ver entre sí, pero no son la misma cosa.

Aclaremos que el bienestar está ligado a la satisfacción que produce el uso y disfrute de bienes materiales y la resolución de necesidades instintivas. Otra cosa, en cambio, es la sensación de felicidad, a nuestro modesto entender. Ésta se alcanza cuando nosotros somos congruentes con nosotros mismos y nos implicamos en un proyecto de vida que permite la adecuada expresión de nuestras capacidades, que conducen al despertar del talento, para lo que hay que combatir a toda costa las barreras del no puedo. Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.

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