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Puntualidad y prisa... mal tándem

14 de Septiembre del 2018 - ANTONIO VALLE SUAREZ (CASTROPOL)

Mi amigo Bras, a pesar de ser un pesado jubilado, comparte y analiza con nosotros -sus compañeros- muchos pasajes y filosofías de su vida y de la de los demás. Lo apreciamos mucho. Además de sabio, es amigo de sus amigos y juzga los hechos acaecidos después de analizarlos y sopesarlos con frialdad, para luego tomar el camino conveniente. Una de sus muchas virtudes siempre fue la puntualidad. La puntualidad, sí. Esa honestidad que le acompañó durante toda su vida personal y laboral, que tanto le hizo sufrir a él, ya que la mayoría de los mortales españoles no la respetan. Ahora, a sus años, esa exactitud ya no la lleva a rajatabla como antes, y sino se le arregla llegar a la hora fijada por otros, pues se queda tan pancho. Dice que lo hace así desde que un día, faltándole pocos meses para la jubilación, acudía en su coche a una reunión a Oviedo. Aquel día, motivado a sus muchos compromisos de trabajo, salió con el tiempo muy justo para llegar a la hora marcada. A toda velocidad Inició el viaje, estresado, en su vehículo. En el Puente de la Concha de Artedo, ahora cerrado, en un adelantamiento en aquella carretera de doble circulación, le faltó un tris para estamparse de frente contra un vehículo que le venía de frente y abandonar este mundo terrenal acompañado del otro conductor. Con el susto en el cuerpo se le atragantó el viaje y se detuvo en el primer bar de carretera que encontró, acordándose de aquella frase de Manolo de Camila, aquel viejo marinero de bigote, que decía: "la cuestión non ye correr amigo, ye llegar, y cuando llegues qu'ancuentres" Tomándose pues un café y fumándose cinco cigarrillos con parsimonia, hizo lo que nunca había tenido tiempo de hacer en su vida: el placer de leerse de cabo a rabo y con tranquilidad la Nueva España. Como consecuencia del merecido entretenimiento, llegó a la reunión con más de hora y media de retraso. ¿Saben vds. cuál fue su sorpresa al llegar a la importante cita laboral? Pues que no se encontraban allí los representantes de Madrid para intervenir en aquella notable reunión. La habían cancelado, al no haber podido volar a causa de la niebla.

Ese día, Bras, mirando al cielo sentenció para siempre: "a partir de ahora, me tomaré la vida con mucha más tranquilidad. Entre otras cosas porque solo tengo una existencia que ahora disfruto y que me cayó del cielo de regalo aquel día en el viaducto, y que bien sabe Dios que pude haberla perdido para siempre allí mismo. La puntualidad, acompañada de la prisa, es muy mala consejera, no da ningún buen resultado y nos mete el corazón en un puño, consumiéndolo".

Desde entonces, Bras, ya no tiene ningún problema con la puntualidad, pues la cumple él solo, consigo mismo, a su manera. Algunas veces dice a quien le quiera oír que nunca le dieron ningún premio por correr. Dice que él ya no depende de nadie ahora, bueno... si acaso solo de su mujer pero le da igual. Ella nunca fue tan puntual como él, pero como el bueno de Bras la quiere mucho, desde que se jubiló no le da la lata con la celeridad en modo alguno. Simplemente la "engaña", y si tienen un compromiso con la diligencia le dice que la cita es treinta minutos antes de lo que en realidad es, y santas pascuas. Pero con todas y esas reconoce el hombre que, últimamente, la cosa se le vuelve en contra más veces de la cuenta, pues está condenado a esperar como antes ya que, ahora, su mujer conoce bien sus trucos y, como consecuencia, esperan uno por el otro y juntos vuelven a llegar un poco tarde a casi todas sus citas. Pero que más da, son felices.

Oídas las reflexiones de Bras yo, a partir de ahora, procuraré imitarlo y para cumplirlas y razonarlas tendré siempre en mi mente aquella fábula de Esopo. Hagan vds. lo mismo, señores, y verán como llegan a la sabia conclusión de que el que tenga prisa... que corra.

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