La llamaban Lola

28 de Septiembre del 2018 - Ramón Alonso Nieda (FUENTES- ARRIONDAS)

Del uso alternativo de la justicia. Lejos estaría de sospechar la fiscal Dolores Delgado que aquel 2009, que vivió como un tiempo "de vino y rosas", se revelaría retrospectivamente su "annus horribilis". En febrero formó parte de los "happy few" invitados a la cena del juez Baltasar con el ministro de Justicia, Mariano Bermejo, y el comisario jefe de la Policía Judicial. La cena era el corolario de una fastuosa cacería en coto privado que coincidía (mera coincidencia) con el inicio de la Operación Gürtel en la que las piezas a abatir, todas de caza mayor, pastaban en la reserva Popular.

Ministro, magistrados, policía, conectados por un móvil cinegético común; circunstancia muy propicia para un coloquio de sobremesa sobre la separación de poderes. No hace al cuento preguntarse si la fiscal consumió "solo cerveza" o de qué copa bebió el vino (allá Garzón y sus dudosas confidencias). Pero en pocas circunstancias estaría mejor dicho que de aquellos polvos vienen estos lodos. A Bermejo se le indigestó la cena: lo destituyó Zapatero quince días después. Garzón le sobrevivió un par de años, pero no adelantemos acontecimientos.

En el otoño del mismo infausto 2009, el juez y la fiscal (Balta y Lola para los amigos) llegan juntos a un almuerzo con lo más granado de la cúpula policial: el comisario Villarejo, de sulfurosa reputación, quiere celebrar con los íntimos su obtención de la medalla al Mérito Civil (cuál otro podía ser). De aquellos seis comensales que compartieron distendidamente mantel y chanzas, el juez fue expulsado definitivamente de la carrera judicial, Villarejo está en la cárcel y dos de sus colegas, "investigados". De esa hecatombe judicial quedan dos supervivientes: la ministra y un muerto q.e.p.d.

Diez años después, aquel ágape tan cordial emite psicofonías inquietantes que las redes repercuten al infinito, como una galería de malévolos espejos acústicos. La ministra empieza por mentir; aunque, en honor a la verdad, hay que reconocer que sus mentiras van de más a menos: "Nunca tuve relación con Villarejo ni personal, ni oficial, ni profesional". Luego recupera parcialmente la memoria histórica: "Coincidimos en tres eventos".

Lo de Marlasca: No salió de mi boca la palabra maricón; salió la dichosa palabra pero no me refería a Marlasca; me refería a Marlasca pero "no a su condición sexual". ¿No tendría que haber empezado por donde terminó, diciendo casi la verdad? Ahora le piden la dimisión PP y C's por haber mentido; Podemos por su familiaridad con Villarejo; Mujeres Socialistas porque prefiere "trabajar con tíos"; LGTBI por lo del dichoso palabrón. Los únicos que no piden dimisión son los separatistas, catalanes y vascos. ¿Por qué será?

Garzón fue condenado por "reducir de manera drástica el derecho de defensa, con violación de las garantías constitucionales". Lo condenó por unanimidad una sala del Supremo compuesta por siete magistrados. Dolores Delgado (2014): "No comparto en modo alguno ni los argumentos ni el fallo". He ahí, a juicio de este escribidor de a pie, la razón profunda, más allá del ruido y del furor, por la que la ministra debe dimitir: porque nunca debió ser nombrada ministra de Justicia. ¿A dónde nos lleva una justicia que pasa alegremente por encima del derecho de defensa y de las garantías constitucionales?

Para esa justicia alternativa que nombren ministro a Gonzalo Boye: Conoce el terror y la extorsión de primera mano porque participó con ETA en el secuestro de Revilla; conoce el sistema penitenciario por dentro porque estuvo preso siete años; es letrado de cabecera de La Sexta y ejerce una interlocución acreditada ante los tribunales de Schleswig-Holstein y de Bruselas. Boye ministro pondría punto final a la "judicialización" de la cuestión catalana y, por fin, Sánchez tendría las manos libres para "la solución política". ¿Se tendría que exiliar el juez Llarena? No hay atajo sin trabajo.

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