Neoplatónico
A veces se echan en falta notas y pálpitos de vida auténtica en este planeta de mares de plástico. La literatura y el cine contemporáneos abordan con profusión el lado oscuro de la condición homínida y los tipos amorales de Bukowski y “Los lobos de Wall Street”, “El padrino” y la mafia. Dicen que son afortunadas las sociedades que no precisan de héroes populistas o salvadores. Se dan comunidades donde los conflictos están minimizados por la prevalencia del civismo y la isonomía. Sin embargo, hay muchos modelos de referencia que son barro y nos hablan de una anomía rapaz: “chorizos”, vociferantes ídolos de programas de cotilleo, sociópatas, gente que defrauda a Hacienda y se pira a las Islas Caimán o Bora-Bora, ególatras que defienden a mordiscos sus privilegios y nicho ecológico. Aguijoneados por sueños de neón e iconos globales, cunden la insatisfacción y la desafección. El corrosivo victimismo y el cabreo de taberna. Personalmente, no disfruto denostando a los políticos, que son eslabones entre los altares de la economía mundial montada y las muy segmentadas “clases medias trabajadoras” –como se dice ahora–. Prefiero cerciorarme de que cada vez somos más “calvinistas” sin ser cristianos, más racionales según criterios mezquinos, indiferentes a quien no aparece en nuestras pantallitas. Tengo una nostalgia de lo que nunca fue: un cuento de lotófagos fundado en la paz perpetua, el verdadero progreso espiritual y los nobles anhelos de las obras de Hermann Hesse. No obstante, es probable que nuestra especie esté cediendo en sus tendencias más sanguinarias, que las guerras sean una excepción y no una costumbre. Igual somos menos violentos que en el tiempo de las Cruzadas o antes de la Constitución de la ONU, según Steven Pinker. El mito platónico de la Caverna está vigente como nunca pero proclamamos el estado de felicidad permanente para el mayor número de seres. En días de laurel ciñendo las sienes, pan blanco y rosas.
José Luis López Tamargo
Oviedo
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