Toque de agonía

1 de Octubre del 2018 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

En el año 1918, durante la pandemia europea de gripe, murieron dos hermanas de mi madre, Baldomera de 13 años, y María Teresa, de meses, dos de los diez hijos de mis abuelos. Aquella fue una infección que afectó sobre todo a los niños, de forma que mis abuelos quedaron indemnes para cuidarlos, y para compartir el dolor de ver morir a dos de sus hijas en menos de 24 horas; de forma que el recordatorio ya confeccionado para la hija mayor hubo de aprovechar su última página libre para hacer sitio al del bebé. Entonces, en aquellos pueblos existía la costumbre de tañer las campanas de la iglesia, no sólo cuando se moría alguien, como anuncio de su funeral, sino también cuando alguien se estaba muriendo; el angustioso “Toque de Agonía”, se supone que con objeto de que se encomendara su alma a Dios. “¿Por quién doblan las campanas?” ¿Será por mí?, inquietante pregunta a formularse sobre todo cuando había tantos en lista de espera, como en el excepcional caso de “la gripe española”. Mi abuelo Fermín tenía relación y trato, bien para echar una partida de tresillo que permitía un cuarto jugador que por turno repartía las cartas a los otros tres, para compartir chocolatada o simplemente para conversar con el párroco y otros dos contertulios. Así que la confianza, y la razón que le asistía, asumiendo el riesgo de ser “excomulgado”, indujeron al abuelo a requerir al párroco, a que los últimos toques de agonía que se tocaran en el pueblo fueran los de sus hijas. El abuelo murió el año 19 y tuvo, al menos, el consuelo de comprobar que en su localidad nunca más se escucharían los malhadados toques de agonía.

Estas líneas han surgido al leer el artículo de Pedro Rodríguez Cortés en el suplemento “Oviedo Centro” de LA NUEVA ESPAÑA de 22 de septiembre de 2018, a propósito del centenario de la llamada gripe española, y resulta asombrosa la coincidencia de las fechas de la muerte de las hermanas de mi madre el 12 y 13 de octubre de 1918, con la del punto culminante de la pandemia en Asturias, entre los días 10 y 20, según dicho artículo. Es también de interés el dato de que dentro del querido concejo de Aller, el valle de Felechosa fuera mortalmente afectado por la gripe, y el cercano de Casomera quedara casi indemne.

Respecto al nombre de gripe española, lo oí por primera vez durante mi estancia en Inglaterra, pues una colega, nacida precisamente en 1918, sabía muy bien lo de la “Spanish flue” (flue por influenza), sin sentimiento alguno de culpabilizar a España por la mortandad general que causó.

Por otra parte, la hermosa portada –del bisemanario sobre “Historias Ilustradas de la Guerra”, “Die grosse Zeit”– que preside el excelente artículo aludido –con un soldado alemán vigilando en la nieve– no parece dedicada a la “gripe española”, como se lee. Es más probable que sean las páginas interiores las que se ocupen de dicha cuestión. ¡Que lo sean en hermosa letra gótica, como en la portada!

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