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Iniustitiam in Hispania

6 de Noviembre del 2018 - Alejandro González Lada (URBIÉS)

En el colegio tuvimos alguna maestra que impartía justicia vía vara de avellano, ésta había sido entregada por un compañero, iluso él, pensando en librarse de los castigos fue de los primeros en probar la textura de su corteza. La vara sustituyó a la regla que usaba en el encerado, que había perdido varios centímetros después de fustigar a más de un alumno.

En casa, los abuelos, las madres, y en última instancia los padres (siempre en ese orden), constituían los diferentes tribunales por los que podía pasar la travesura cometida. Cuando el caso llegaba al padre la cosa pintaba mal, y procurábamos que nunca llegara al más alto tribunal. No temíamos a la justicia, en más del 90% de los casos llevaba razón, éramos conscientes de "nuestros delitos", y si nos librábamos del castigo, podía darse el caso de volver a repetir, pero cuando el juez dictaba sentencia generalmente no había reincidencia. Podíamos estar o no de acuerdo, pero la razón nos dictaba que el castigo era merecido y el juez había sido justo.

Añoro esa Justicia por la sencilla razón de que podías confiar en ella. Sabías que si nada hacías, nada temías. Eras consciente de que si alguien hacía algo pagaría por lo hecho, de esa forma podíamos evitar que algún matón abusara de alguien, que quien provocaba trastornos en el vecindario pagara por sus travesuras liberándonos a los demás de culpabilidad. Por resumirlo de algún modo, tenía la consciencia de vivir en una sociedad justa.

La percepción que tengo de la justicia (si así debo calificarla) hoy en día, deja mucho que desear, lejos de tranquilizar al pueblo, inquieta, provoca desconfianza, y manifiesta un desquiciamiento impropio de una institución fundamental en un estado de derecho. Ampararse en que las leyes están redactadas de tal o cual forma, eludiendo la responsabilidad propia a la hora de interpretar las leyes en función de los sucesos acontecidos, nos dejan totalmente desprotegidos en función de la ideología o credo de los jueces y fiscales de turno. La justicia ha dejado de ser ciega para estudiar al acusado, emitiendo veredicto en función de su estatus social, nivel económico, título, posición, proporcionándonos espectáculos tan denigrantes como el que hemos conocido recientemente en el caso de la modelo María Sanjuán.

Casos como los de "La Manada", "Master de Casado", son buena muestra de la vara de medir que emplean los magistrados. Penas como las que se pidieron o con las que condenaron a twitteros, raperos o simples titiriteros, comparadas con las que se impusieron a Urdangarín (con la Infanta absuelta), Rato, o el más reciente Jaume Matas, entre un sinfín de cacos de corbata y traje, reafirman mis palabras, innecesarias si compendiamos lo expuesto en boca del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes: "la actual Ley de Enjuiciamiento Criminal (LeCrim) está pensada para el roba gallinas, no para el gran defraudador".

Supongo que se las traerá al pairo, pero si por casualidad alguien se dignara a leerlo, según Publio Siro: "La absolución del culpable es la condena del juez", claro está, en los tiempos que hoy vivimos sin otra condena que la moral (de la ciudadanía) y profesional (de quien procura hacer honor a su cargo).

«Juro o prometo guardar y hacer guardar fielmente la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, lealtad a la Corona y cumplir los deberes de mi cargo frente a todos» Constitución y Corona tengo claro que siempre estarán amparadas por la justicia, ahora lo de los deberes del cargo frente a todos... seguirá siendo asignatura suspensa con muy deficiente, y pendiente de recuperar.

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