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La verdad como necesidad

7 de Noviembre del 2018 - Darío Martínez Rodríguez (Pola de Siero)

La pregunta del prefecto de Judea Poncio Pilato sigue viva. Su duda permanente le situaba inevitablemente en un perpetúo escepticismo que le conducía a la apatía. Así otros eran los que decidían. Con todo, quien creía podía ver la verdad, y ésta era divina, era humana, era Jesús:"yo soy la verdad".

Hoy es la época tardomoderna o posmoderna, la verdad ha sido borrada del discurso. La verdad dogmática entendida como existente y previa al conocimiento humano ya ha sido triturada. La verdad entendida como adecuación del entendimiento a la cosa también, en nosotros ha de reconocerse nuestra ineludible limitación, la realidad es también trascendental y ahí la razón dirige su nave hacia lo meramente metafísico. No hay verdad, haya verosimilitud, discursos más o menos convincentes que han de poder, para ser rigurosos, al menos ser falsados en el caso de que sean simplemente mentira. Las opiniones se nivelan hasta el punto en el que todas son válidas y necesariamente respetadas. Luego, ¿para qué intentar acceder a lo que no es más que una mera quimera?

La razón de tradición griega se debía orientar a la verdad como un deber para un buen ejercicio filosófico y por supuesto político, ahora sin verdad a la que intentar asir un buen argumento, el decir con sentido puede perfectamente prescindir de la razón. Es el triunfo del nihilismo, de los afectos, de la sinrazón, de los sentimientos, de lo internamente vivido, único. Es la ocasión que están aprovechando los sofistas de turno, dominando las mentiras, la mera opinión, la falsedad intencionada y perversa en aras a sus intereses particulares. Es el fracaso de la modernidad, es el triunfo de la llamada y actual posverdad en el marco favorable de la sobreabundancia de información.

Apostemos por salvar la razón. Reivindiquemos la verdad como construcción humana. Reconozcamos su pluralidad, sus diferentes grados de problematicidad, su devenir histórico, y luchemos por evitar caer en fundamentalismos perversos que anulen el debate como combate de ideas. En nuestro buen hacer está el que podamos construir verdades. Si renunciamos a la verdad como construcción humana es fácil caer en la senda de la barbarie. Acudamos a ella para poder triturar las mentiras, o para evitar el domino de las minorías por desafección de las mayorías, mas en un país como el nuestro que se tambalea por el empeño de unas minorías que aprovechan la desidia generalizada para hacerse con el control de sus parcelas de interés.

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