Falta de sensibilidad
Si de alguien se espera una especial sensibilidad en el trabajo de cara al público es de aquellos profesionales del sector de los servicios funerarios. Desempeñar su labor en esos momentos difíciles para familiares y amigos de un difunto no es tarea sencilla y, por lo general, el colectivo suele estar a la altura de las circunstancias. Por desgracia, recientemente nos hemos tenido que topar con la excepción a la norma.
El pasado 5 de septiembre, durante la celebración del repentino fallecimiento de mi padre, nos encontramos con una de esas mal llamada "profesional" en el tanatorio de Avilés que nos dispensó un trato no solo exento de la mínima sensibilidad sino, en varias ocasiones, rozando lo vejatorio y un despotismo fuera de lugar en unas circunstancias, de suponer, muy dolorosas para todos nosotros.
Esta persona tuvo un comportamiento, a lo largo de toda la jornada, simplemente insultante. No sólo mostró un absoluto desdén por su labor en todo momento, enseñándonos los muestrarios funerarios con total frialdad y desdén, sino que, en el colmo de la mala educación, esta persona llegó a reírse literalmente de la viuda, mi madre, durante la redacción de la esquela, mandándola callar en varias ocasiones durante todo el proceso e incluso colocándole la mano a la altura de la cara para conminarle a guardar silencio cada vez que le planteaba algún tipo de duda o cuestión. Vaya por delante también que la consideración sobre el mal comportamiento de esta persona no ha sido una apreciación personal sólo de la familia, sino que varias personas presentes en el tanatorio, ante las formas, expresiones y salidas de tono de esta mujer también percibieron un comportamiento absolutamente fuera de lugar.
Tratando incluso de pensar que dicha empleada podría encontrarse en un día complicado en lo personal para ella, tuvo muchas horas a lo largo de esa jornada para, en algún momento, enmendar su comportamiento, cosa que no hizo. Es más, presentada la oportuna reclamación, desde la empresa, como única alegación en su defensa aluden un error por nuestra parte a la hora de comunicar la aseguradora a la que pertenecía el difunto, que obligó a modificar todo el servicio, una vez detectado el fallo.
Sin duda, podemos comprender el trastorno que ello haya podido ocasionar en el trabajo de la empleada, pero también esperamos que la empleada y la empresa sepan comprender que en esos momentos de consternación no todo el mundo tiene la memoria suficiente para recordar los datos correctos y que, aun así, un fallo de este tipo no justifica ningún tipo de mala educación. No obstante, el comportamiento de esta persona ya comenzó siendo vergonzoso desde el primer minuto en que nos la echamos a la cara, mucho antes de detectar el error con el seguro.
Por último, vaya esta queja pública con intención no de ocasionar ningún daño a la empleada, sino de procurar que dicha actitud no vuelva a repetirse con otras personas que, como nosotros, se vean en el desagradable trance de tener que perder a un ser querido y encontrarse de bruces con una profesional que, lejos de mostrar empatía con el dolor ajeno, ahonda en el mismo con su comportamiento irresponsable y falto de sensibilidad.
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