Una ley en marcha
Lo es la del aborto, que acaba de ser aprobada también en el Senado (hala, otra vez abrazos y besuqueos, pletóricos de insana alegría, entre la Aído, la «interplanetaria» Pajín y compañía), con los votos del PNV y CiU, partidos considerados como demócratas cristianos, lo que nos suena a chascarrillo. La ley criminal esa, pues, se publicará en el BOE y se pondrá en vigor próximamente. Esto nos hace formular y repetir de nuevo, aquí, esta pregunta: ¿Qué hará el Rey cuando le presenten, para su sanción y firma, esta ley criminal? Hombre, si de verdad es católico (que mis dudas tengo), tiene dos soluciones para quedar como un verdadero rey de la dignidad y la coherencia: hacer lo que hizo el monarca belga en un caso similar, como aquí comentamos recientemente («La ley del Aborto», 8/01/2010), o bien abdicar a favor de su hijo Felipe. Pero no hará nada de esto y firmará la polémica y cuestionada ley.
Y para ello se lo acaba de poner a «güevo» la Conferencia Episcopal, la cual, a través de su portavoz, ha venido a decir que el Rey sí puede comulgar, pero los políticos que votaron la ley del aborto no. Excomunión habemus, vamos. Y de ella queda exento el que firmó su sanción y aprobación. ¿Cómo se puede decir y determinar esto? La Conferencia Episcopal se equivoca con tan injusta discriminación, que dice muy poco en su favor y va a suscitar muchas críticas y comentarios. Sí, porque el Rey, dígase lo que se diga, no sólo es merecedor de la excomunión sino que es el mayor responsable de que se lleve a cabo esa ley criminal, al estampar en ella su firma.
Desde cierto tiempo a esta parte venimos observando cómo algunos mitrados, con «mando en plaza», están prestando un flaco favor a la Iglesia, bien con su compadreo con el nacionalismo sedicioso y violento o por su distanciamiento de los pueblos y parroquias y no vivir la labor pastoral a pie de calle, como hizo el Maestro. Todo esto, y ahora esa desafortunada actitud de querer excluir al Rey de toda responsabilidad en la ley del aborto, hace que cunda el descontento y decepción en los católicos y se tambalee su fe, en muchos casos prendida con alfileres. En otros, cual acontece con el currante, que obliguen a uno a creer únicamente en Dios, sin intermediarios.
Ricardo Luis Arias
Aller
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