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Crisis, ladillas y ZZ

7 de Noviembre del 2018 - Rufo Costales (Oviedo)

Estimados insurrectos, lejos de mi intención dar pábulo a las malas lenguas, pero llegan a mis oídos, inquietantes rumores de crisis, venidos (creo) de los periféricos de la periferia de Oviedo, insinuando que con estos tarugos, insensibles al dolor ajeno, que nos gobiernan, chulean y fríen a impuestos, los españoles estamos en un tris de volver a la cartilla de racionamiento y al piojo verde. Para temblar.

Por seguir el comentario y buscar paralelismo con años de penuria, quizás ustedes recuerden la Navidad del 2007, cuando el gobierno socialista de turno, recomendaba comer carne de conejo; en palabras de Josep Puxeu, secretario general de Agricultura y Alimentación, "una carne sana, ligera, muy apetecible y barata".

Hombre, tampoco es cosa de privarse de langostinos, sin una buena causa que justifique tan extremo sacrificio, pero si fuera el caso, conste, no me parece una tragedia comer conejo por Navidad, a pesar del sambenito de inmundicia que le atribuye el bíblico Levítico 11:15: "También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo".

En cualquier caso, por mal que vayan las cosas (con el bicho esquizoide catalanista amenazando con el "Big Bang", y el gobierno "contando nubes"), no creo que lleguemos a la cartilla de racionamiento, aunque, eso sí, lo del piojo verde me resulta mucho más próximo y familiar. Y es que decir piojos, años 60-70, es decir ladillas (creo haber notado un cierto respingo del personal).

Solicito la anticipada benevolencia del lector, para explayarme en esta "picante memoria histórica".

A ver quién es el guapo, digo, que durante las décadas de reinado de las ladillas, no estuvo acosado y sometido al intenso picor del transluciente ectoparásito Phthirus pubis, bichito minúsculo, transgresor (como Torra, Rufián o Monedero), invasor de nuestras partes púbicas y púdicas (que no públicas), por contagio, básicamente, sexual.

A este respecto mi mente de analfabeto funcional, no llegó a comprender entonces, y perdonen por la guasa, que hubiera personas con piojos púbicos en las cejas. ¿Sexual?, ¿cejas? Digo bien, oiga, en las cejas.

Por fortuna, llegó para combatirlas, el tratamiento más eficaz, el intemporal y matador DDT, con aquel eslogan terminator, pelín cutre, que los menos desmemoriados recordarán: «DDT chas, DDT chas, no hay quien te aguante, tú como el gas, la muerte das, en un instante".

Y entre los productos de la serie DDT, el antipediculicida ZZ en polvo, con fulminantes efectos para las pobres ladillas, que "caían como moscas" (o viceversa), y que tenían como efecto colateral, el que algunos de esos polvos fueran a parar a la bolsa escrotal del sujeto, con la consiguiente sensación de quemazón insufrible, que obligaba a recurrir con celeridad y angustia, al grifo de agua fría, en la urgencia de apaciguar tal fuego abrasador, en las partes pudendas (no se ría, oiga).

Consecuencia dolorosa de esa involuntaria transferencia de fauna inguinal, fue la ruptura con la presunta infectada, mi gran amor (casta y de buena familia), sin que la socorrida "presunción de inocencia" como presunto infectador, me sirviera de eximente para evitar el despido (finalmente, ella se casó con su gran amor, que no era yo, desgraciadamente).

En mi experiencia particular (que también será la suya, aunque públicamente no lo reconozca), en el segundo contagio fue tal la "cercanía" y familiaridad con las ladillas, que incluso bauticé a dos de ellas con los nombres de Penélope y Maripuri, que, como en el chiste, ni me llaman, ni me escriben.

Consumado el exterminio, gracias al milagroso ZZ (por entonces ni se había popularizado la depilación completa, ni teníamos las bombas "Margarita" de precisión láser) pude liberarme de aquel estigma juvenil que, en mi ignorancia, percibía como castigo divino, y continuar con mis lecturas de Martín Vigil y Álvaro de Laiglesia.

¡Qué tiempos, estimados contemporáneos, hemos vivido, y algunos, compartido!

Pero bueno, en realidad, y parafraseando al insigne Francisco Umbral, "yo venía aquí a hablar de mi libro" (crisis social y económica), y se me ha ido la olla, pero las ladillas, las de todos, merecían este recuerdo. Disculpen.

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