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Dos rostrospara el Nobel de la Paz

11 de Octubre del 2018 - Mabel Sánchez Agüeria (Gijón)

Hace cuatro días se publicaron los nombres de los galardonados con el Nobel de la Paz 2018. Son Denis Mukwege y Nadia Murad. Para mí era la primera vez que oía sus nombres. Descubro que Denis Mukwege es un ginecólogo congoleño de 63 años que ha tratado a más de 40.000 mujeres violadas y víctimas de la ablación genital en la República Democrática del Congo y Nadia Murad es una chica yazidí de 25 años que fue secuestrada en su pueblo natal al Norte de Irak cuando tenía 19 años, mataron a su madre y a la mayoría de sus hermanos y ella fue usada como esclava sexual durante casi dos años hasta que consiguió escapar. Ahora vive como refugiada en Alemania.

Me interesa la historia de estas dos personas y me pongo a buscar información sobre ellas. Ya conocía como se las gasta el ISIS. Ya conocía como se las gastan los soldados congoleños. Pero lo conocía de reportajes impersonales, asépticos, distantes. Documentales vistos un domingo lluvioso en el salón de mi casa y que cuando acaban sólo han conseguido dejar un leve poso en mi cerebro sobre una realidad que me pilla muy lejos de mi cómodo sofá.

Abro internet y tecleo Nadia Murad y me encuentro con una chica joven y guapa pero con una mirada tan vacía que te pone la piel de gallina. Ni siquiera podría definirla como una mirada triste. Es la misma mirada que vi en los rostros de los judíos cuyas fotos cuelgan en el pasillo de un pabellón de Auschwitz. Es la mirada de las personas que han sufrido y visto tantos horrores que, aunque su cuerpo aún aguante, su cerebro ya no puede asimilar más y necesita escapar de la realidad para supervivir. Y para lograrlo, los ojos dejan de ver y así la mente puede refugiarse en un lugar seguro. Y en ese lugar seguro no hay emociones, por eso la mirada de estas personas está vacía. Solo son ojos. Y los ojos de Nadia se vaciaban de mirada cada vez que la ultrajaban sin compasión una y otra vez. Encuentro en internet un video que es el testimonio de Nadia frente a una cámara de televisión. Cuenta su historia con voz monocorde, sin mover ni un músculo de su rostro, ni la más mínima gesticulación a pesar de la dureza de la narración, sin mirada, sólo ojos. En las partes más duras cierra los ojos unos instantes. Sólo al final, al recordar a su madre muerta, comienza a llorar. Pero no es un llanto triste, es un llanto rabioso, roto, desconsolado. Y yo, frente a la pantalla del ordenador, lloro también.

Cuando busco en internet a Denis Mukwege me aparece el rostro amable de un hombre negro de mediana edad. Leo su biografía y me impresiona. Arriesga a diario su vida para reconstruir mediante cirugía los genitales de miles de mujeres congoleñas que han sido salvajemente violadas. Mujeres y también niñas, últimamente cada vez más pequeñas. Y lo hace en un hospital, financiado con ayuda internacional, situado en una región devastada por la guerra en la RD del Congo, a donde llegan las mujeres la mayoría de las veces justo después de la agresión, desnudas, con la vagina y el recto destruidos. Y este médico no sólo reconstruye físicamente a estas mujeres, también ayuda a reconstruirlas psicológicamente. Y no sólo utiliza el bisturí, también utiliza la palabra y les pone voz para denunciar la violencia sexual que sufren. Y narra los casos más graves que ha tenido con voz alta, segura y tranquila a pesar de las amenazas que sufre. Y a mí, al oírle se me encoje el corazón y se me revuelve el estómago. El Dr. Mukwege habla sin apartar los ojos de la cámara que lo graba. Él no tiene la mirada vacía, al contrario, taladra la cámara con su mirada para llegar al otro lado y que su mensaje quede bien grabado en nuestras cabezas.

Ambos, tanto Nadia como víctima y al Dr. Mukwege como salvador, denuncian la violencia sexual contra mujeres como arma en conflictos armados. Porque los violadores, atacando así a las mujeres, destruyen la base social de sus enemigos. Ambos denuncian también a los Estados que apoyan estas barbaridades bien mirando hacia otro lado, bien aportando medios por intereses económicos. Piden acciones y medidas urgentes para detener a los responsables de estos crímenes contra las mujeres, contra la humanidad, y llevarlos ante la justicia.

Y conocer todo lo anterior me ha coincidido con la polémica en España por el "palmera" de Rufián y el "no me guiñes el ojo, imbécil" de Beatriz Escudero. La diputada del PP, muy hábilmente, se le notan tablas, llevó el encontronazo verbal al terreno de la humillación y desprecio hacia las mujeres. Personalmente, opino que el diputado de ERC se merecía el calificativo, y no sólo por dirigirse a ella despectivamente. Pero, después de oír hablar a Nadia Murad y a Denis Mukwege, me van a permitir que relativice mucho el problema sexista de Gabriel Rufián y Beatriz Escudero.

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