El divino impaciente
En LA NUEVA ESPAÑA del 20.09 aparece el texto "La Iglesia siempre es reformable", de José Ramón García Fernández, excapellán del HUCA. Don José Ramón (Monchu para los amigos) no pasó por la Camilo José Cela y pone honradamente las comillas en su sitio. Eso facilita el diálogo. "Las reformas incluyen instituciones, costumbres y doctrinas". Procedamos por partes; la teología enseñaba (por lo menos, antes) que hay instituciones "de derecho divino", y ahí no puede entrar el reformador con la piqueta.
Las instituciones humanas, en cambio, caducan con el tiempo. Fatiga de los materiales. Podar la madera muerta es, en principio, saludable. "Ninguna institución se extingue mientras no le corten el presupuesto", observaba con melancolía el inolvidable Benavides. El Colegio Cardenalicio, que corona la empingorotada jerarquía eclesiástica, es institución humana. Tal vez demasiado humana (a lo mejor le estorba al clero progresista, como a Sánchez el Senado). Pero imagínate, Monchu, que suprimís de golpe el cardenalato, ¿qué haría monseñor Cañizares con ese traje de cola tan elegante, que luce sólo en contadas ocasiones?
"Costumbres y doctrina": las costumbres, "Mores" en latín, son la moral, y la doctrina, el dogma. Yo que tú ahí no tocaba, a no ser que quieras fundar una religión nueva. Caso para el que no te arriendo la ganancia. Ya ves lo que nos cuesta creer en la que tenemos, siendo la verdadera. Además, en nombre de "los anhelos de progreso" se hicieron muchísimas burradas, y quién discierne "los signos de los tiempos", ¿los augures o los arúspices?
¿La exclusión de las mujeres de la jerarquía es "un anacronismo"? En todo caso, hace falta tiempo (Festina lente!) para hacerse a la idea de una Conferencia Episcopal "cremallera", con obispas de cuota (por Ahora no Podemos, te dirían muchos cristianos). Si en una mudanza hay que sacar el piano por el balcón, ¿no convendría hacerlo con la máxima prudencia? Se preguntaba, en los ya remotos tiempos del Concilio, el sapientísimo D. Florentino Arrojo, reticente frente a la efervescencia reformista de entonces, que parecía que iban a tirar la Iglesia por la ventana (y hasta cabe preguntarse si no lo consiguieron).
"No le corresponde a la Iglesia definir la normalidad de los sexos", que es precisamente el charco en que se meten algunos curas hablando de "variantes sexuales de género". Esas definiciones son competencia de la Real Academia de la Lengua, que lo ha dejado claro: el género es propiedad de las palabras y de las cosas; el sexo lo es de los animales y de las personas. Una silla es del género femenino pero no es hembra; un sillón es del género masculino pero no es macho. En español el armario es masculino, en francés es femenino; si además fueran macho y hembra, podrían formar una pareja heterosexual (cosa que, al parecer, no está en los signos de los tiempos). Los muebles no tienen sexo y las personas no tenemos género. Por más subvenciones que se apliquen a promocionarlo.
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