A ciencia cierta

14 de Octubre del 2018 - José Manuel Carral Fernández (Cangas del Narcea)

En artículo publicado recientemente y titulado “Lo que la ciencia no ve, el paisano no lo presta”, J. Izquierdo exponía lo que considera el conflicto entre la ciencia biológica, la cultura del territorio, la gestión de especies como el urogallo, jabalí, etcétera. De un plumazo, como por revelación, resuelve la gestión de lo que llama “ecosistemas rurales”, ya que, según él, no existen los llamados territorios naturales. La solución la tienen quienes han creado estos ecosistemas, los campesinos. En consecuencia nada aporta la biología especializada, distante y “deshumanizada”. Hace afirmaciones sorprendentes de profundas implicaciones como ”… una cosa es poner nombre a los bichos y flores y otra cosa es crear la naturaleza” o en la que da la solución ”… gratis, rápido y sin necesidad de mucha ciencia” entre citas. Como en otras ocasiones, Izquierdo atribuye un gran valor a la cultura campesina. En este caso un valor sobrenatural, nunca mejor dicho. Insinúa que los científicos están más preocupados de su currículo académico que de los problemas de la sociedad. En pocas palabras, pone patas arriba cuestiones fundamentales de la ciencia y la biología moderna y duda de la honestidad de los científicos. Afirmaciones que creo merecen análisis y respuesta. Primero parece oportuno esbozar a grandes rasgos cualquier ciencia. Todas ellas tienen un campo de estudio y una comunidad de investigadores que transfieren información ejerciendo una crítica constructiva basada en la racionalidad, la objetividad, la lógica, dentro de un marco conceptual y matemático común susceptible de sustituirse (cambio de paradigma, unificación o cambio de teorías), fruto de esta cooperación y nuevos descubrimientos. Se da una relación interdisciplinar entre ellas que evita el estéril reduccionismo. Buen ejemplo es la genética o la relación entre la química y la biología. El resultado se publica y se pone a disposición de la sociedad. La ciencia tiene un carácter universal, traspasa culturas, lenguas y fronteras y se impulsa institucionalmente, en todos los estados modernos. La divulgación y resultados (publicaciones, etcétera) de la investigación, cómo se lleva a cabo y su puesta en situación para resolver problemas no es responsabilidad directa de la comunidad de científicos, que evidentemente se dedican a investigar. Esta cuestión junto con la académica (currículos, etcétera) tiene una clara dimensión legal y política. En todo caso la contribución de la ciencia a la sociedad se ha traducido en incontables aplicaciones tecnológicas, ha mejorado nuestro bienestar y calidad de vida y en la praxis es el terreno firme donde apoyar nuestras decisiones. Por si fuese poco está sometida a la crítica de epistemólogos que ponen a prueba su fundamento. Que la ciencia no es un dogma inamovible se evidencia por su provisionalidad y permanente revisión como ha puesto de manifiesto la historia, no como insinúa Izquierdo. Ahí están de ejemplo las teorías de Newton y Einstein. La ciencia no inventa, postula (Ej. Física de partículas) y confronta con los hechos las hipótesis que se mantienen mientras mantengan su valor predictivo o durante la búsqueda de sucesos esperados. Los investigadores ponen a prueba sus hipótesis sin atajos, no buscan casos confirmatorios poco representativos que cumplan sus expectativas y deseos. Si no pasan las pruebas, las desechan. Los conceptos científicos como ecosistema, velocidad o gravedad no sólo describen fenómenos presentes y futuros, además ayudan a reconstruir los pasados. Tienen base empírica, su formulación y modificación depende de los resultados de la propia investigación. Son sus cimientos. No se crean de la nada. Los científicos hacen uso de la creatividad para establecer hipótesis al modo de los ajedrecistas, no libremente. Nuestra confianza en ella como una de las mayores instituciones humanas se resume en la expresión cotidiana “a ciencia cierta”. Sin embargo, como en todo colectivo y actividad, también se dan casos de mala praxis y fraude entre científicos. Esto no es motivo suficiente ni justo para cargar contra la ciencia o minusvalorar a los investigadores. En el pasado algunos han acabado en la hoguera por desvelar “las leyes de la naturaleza” mientras que alrededor sólo sabían rezar. Cuando se afirma como Izquierdo”…, sin necesidad de mucha ciencia”, se acerca uno al esoterismo, la seudociencia y al anarquismo epistemológico que conduce a la irracionalidad. La solución al cientificismo y la mala aplicación de la ciencia la tiene la ética al ser una cuestión práctica. Conocer nos hace mejores; la ignorancia, peores o incapaces.

Hacen falta más que citas y anécdotas para mantener lo que dice Izquierdo. Afirmar que no hay ecosistemas naturales es insostenible, pues todavía quedan zonas donde se mantienen estos procesos. Desde las Galápagos a las sabanas africanas donde la naturaleza sigue su curso y no hay pastores y rebaños para mantener poblaciones sanas de buitres, pasando por ecosistemas poco conocidos en el océano profundo, la selva ecuatorial hasta los polos ricos en vida marina, lugares todos donde apenas hay presencia humana. Si estas áreas no forman ecosistemas naturales, entonces ¿qué había en el planeta hace 200.000 años? ¿Qué clase de territorios había en la Tierra antes de nuestra aparición? ¿Qué sentido tiene la palabra salvaje? La especial composición del aire que permite la vida actual es el producto de la interacción de comunidades de organismos que formaban ecosistemas hace cientos de millones de años. Por ello la afirmación que hace Izquierdo más controvertida y grave es: “… una cosa es estudiar la naturaleza y otra haberla creado”. Esta afirmación nos pone a la altura de dioses y haría inútil el conocimiento o la investigación pues tendríamos las respuestas. ¿Ignora Izquierdo que no hemos desentrañado la constitución de la materia? ¿O acaso no sabemos lo que creamos? Es ilusorio concedernos la capacidad de crear algo tan complejo como la Naturaleza de la que provenimos aún en la más simple de sus manifestaciones. Sólo somos torpes imitadores de procesos naturales preexistentes, demasiadas veces ejecutados catastróficamente y para evitar males mayores. Si en algo hay consenso de intelectuales y científicos, cuya honestidad y bonhomía no deja duda, es el impacto que hemos causado. Nunca antes otra especie ha deteriorado el planeta y afectado a otras a esta escala y velocidad. Un planeta con casi 7.000 millones de personas.

Es evidente por lo expuesto y sus propias palabras que las propuestas de Izquierdo tienen poco de ciencia y carecen de su respaldo. Sus soluciones son más un relato con estructura narrativa y de ficción. Comulgar con que los urogallos se extinguen por falta de trigo (antes de plantarlo ya había gallos) y la falta de control de depredadores que hacían los paisanos manteniéndoles a raya (límite que colocaban donde les parecía), así como las razones que da para la proliferación de especies “generalistas” como el jabalí, introduciendo una cláusula con la que elimina factores que le interesan, por políticamente incorrectos o que harían tambalear su relato ante sus seguidores es querer hacernos pasar por el ojo de una aguja. Deja atrás cuestiones abiertas por las que un científico o cualquier persona informada le preguntarían y pondrían en evidencia insuperables contradicciones. El terreno en que se mueve Izquierdo se parece al de los predicadores donde proliferan los bulos. Tras su cháchara hay una pobre revisión creacionista de un Dios chapucero. Una doctrina que yo calificaría de “Antroprepotencia” y que es síntoma del anacronismo, la demagogia y la superchería que hay detrás de las políticas de conservación que se están aplicando. Su actitud reaccionaria y su injustificada crítica hacia la ciencia muestran que representa lo contrario. Propalar sus visionarias ideas constituye un paso atrás en conservación de la Naturaleza.

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