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Islandia, tierra de fuego y hielo

24 de Octubre del 2018 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Es de agradecer a Antonio Masip por recordarnos que estuvo una decena de años en Bruselas, donde conoció a un islandés que le contó sobre su isla, como también lo hizo un hijo que la visitó recientemente, y por su interesante artículo “Islandia, fascinación de una tierra no visitada”.

Me quedo con su extrañeza de que el territorio de Islandia (literalmente, tierra de hielo) se llame así, cuando allí cerca una enorme isla ártica se llama Groenlandia (tierra verde), y resucita la idea de que, al bautizarlas, intercambiaran sus nombres. Sin desechar en absoluto tal idea, se puede añadir que Islandia tiene poco de verde, con vegetación tipo tundra, sólo un 0,03% de bosques con predominio de matorrales, pues su suelo está constituido por 25 volcanes activos, el más famoso el Hekla, y el más infame el Laki, con sus cráteres, lava, cenizas volcánicas, basalto, piedra de todos los colores, arena y sedimentos generalmente de origen ígneo. También es la tierra de los 40 glaciares, algunos tan extensos como el Vatna, con 8.000 Km.² de superficie. La vegetación es escasa y rala, e inexistente en la gran meseta; la causa de esto es, aparte de las bajas temperaturas en el largo invierno, la naturaleza del suelo y del subsuelo. Parte del vegetal es heno, cereales, base del alimento de óvidos, y patatas, y una parte de los escasos cultivos se hacen en invernaderos que se mantienen templados gracias a la energía geotérmica, muy usada también para piscinas y para el calentamiento doméstico. Quizás un nombre más apropiado para esta isla fuera el de “tierra de fuego y hielo”, con el que se encabezan estas líneas.

En cuanto al sol de medianoche, aludido en el texto citado, sólo es posible verlo en la costa norte de la isla, que roza el círculo polar ártico, pero no en Reykjavic, con tres grados menos de latitud norte. En pleno solsticio de verano, en la capital sí puede verse una puesta del sol muy larga y particular, pues dura 15 minutos, 5 veces más que por aquí, y el sol, en su puesta, describe un arco muy abierto y prolongado, en forma de segmento circular. La noche es bastante clara y sólo dura dos o tres horas.

La bella capital nos recibe con la sorpresa de que la calle y la plaza principales se llamen Austur, y nos sentimos en la Escandalera. La excursión obligada es a las gigantescas piedras de Tingvellir, a la dorada cascada Gullfoss y al Gran Géiser, hoy quiescente, pero que en su esplendor lanzaba agua hirviendo a 60 m. de altura. Hoy hay que conformarse con el contiguo Strokkur, que sólo alcanza 20 m., con chorros cada 7 minutos de promedio, pero con una cadencia tan incierta que se le llama el mentiroso. Dicen que si un géiser se niega a funcionar hay que activarlo con jabón líquido y salir corriendo. La guía del grupo dice que los géiseres femeninos son los más virulentos. ¡Si ellas lo dicen!

Por su parte, Groenlandia es una enorme isla de hielo, pero su extremo Sur está a sólo 60º de latitud norte, igual que Oslo, lejos del Círculo Polar Ártico, así como una parte del territorio. Además, su costa sur-occidental está templada por las corrientes del Golfo, de forma que cuando el islandés Eric el Rojo, que no había visto hoja verde, colonizó esa costa, al ver que había sauces y álamos no tan pequeños como los de su patria, y una gran variedad de flora, no quiso ir más lejos ni explorar los hielos del norte con su clima polar, y pensó en llamarla “la tierra verde” y no Islandia, pues, además, tal nombre ya tenía dueño.

José María Izquierdo Ruiz

Oviedo

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