Rodrigo Rato: a un paso de la cárcel
Un cuñado del Rey de España en prisión y un ex vicepresidente de pura casta a punto de entrar en ella. No está mal para un país que según sus críticos, es puro teatro. Ya es hora de que los que dicen que la democracia española es un paripé, un mero chanchullo entre oligarcas y paniaguados, revisen su discurso e intenten otro de mayor veracidad. Pero también lo es de que aquellos que descubren al "régimen del 78" como un paraíso atravesado se den cuenta de que llegado el momento de meter nuestro sistema en el dique seco para intentar taponar las muchas vías de agua que se han abierto en estos últimos cuarenta años.
El Tribunal Supremo confirmó la pena de 4 años y medio de prisión impuesta por la Audiencia Nacional al ex presidente de Caja Madrid (y directivos y ex directivos)por apropiación indebida continuada en el caso de las tarjetas black de la entidad, pr la que desembolsó 99.000 euros. Rato puede recurrir al Constitucional pero no suspender su entrada en prisión.
Los titulares sobre Rato por las tarjetas black vienen a recordarnos el fracaso de la construcción en España de una derecha conservadora que no se sometía ni a las pulsiones más oscuras ni a esta manía de algunos líderes del PP de hacerse los progres para caer bien el algún programa de radio.
El caso de las tarjetas black es solo una pequeña muestra de un problema mucho más generalizado: la mentalidad que se apoderó de la mesocracia política y sindical española en los años del bombazo inmobiliario. Esto es importante resaltarlo, porque el aprovechamiento de los recursos públicos en favor de la buena vida personal no ha sido una actitud exclusiva de las altas capas sociales, sino también de todo un ejército de cuadros medios que, ya desde sus años de militancia en las juventudes, aprendieron a mamar de la generosa pechera del Estado y afines. No ha habido ministerio, consejería, fundación pública, caja de ahorros que no haya sido colonizado por ese banco de peces que continuamente abren la boca esperando migajas.
Volviendo a la causa de Rodrigo Rato, pareció que era el hombre que podía dar carpetazo. Era serio, educado, preparado, moderno sin remilgos, buen parlamentario... Parecía hecho para la Cámara de los Lores. Sin embargo, resultó ser uno de los mayores engaños de la historia política reciente, un obsesionado del lujo y el dinero. Muchos no comprendieron que José María Aznar no lo eligiese como su sucesor. Una vez más, el tiempo ha venido a darle la razón.
Ciertamente, puede decirse sin faltar a la verdad, que la decencia pública española sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes.
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