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Morir con las botas puestas

21 de Octubre del 2018 - José María W. Gómez (GIJÓN)

Hace unos días, en Gijón los pensionistas hemos vuelto a la calle con dos concentraciones diferentes en la plaza del Ayuntamiento con motivo del Día Internacional de las Personas Mayores, reivindicando como eje central la consolidación del sistema público de pensiones, tan cuestionado por la reforma del PP del año 2013, y además una ley de la Dependencia sostenida con recursos económicos, una sanidad que sea eficaz y rápida que no nos derive a consultas privadas, una energía que sea entendida como recurso básico y fundamental para la calidad de vida y otras cuestiones que deben formar parte de un Estado del bienestar a nivel europeo.

Mientras, siguen entreteniéndonos con el acuerdo del Pacto de Toledo sobre aplicar el IPC a las pensiones. Pero esto es “el chocolate del loro”, lo que está en juego es mucho más gordo y de más enjundia, es un estado social que se ha ido troceando para privatizarlo y dejarnos con servicios básicos.

Tenemos que mentalizarnos desde el colectivo de pensionistas de que las protestas y la lucha en la calle deben continuar de manera intemporal, armados de paciencia pero con pleno convencimiento de que no podemos volver a bajar la guardia porque son muchos los mordiscos dados a una calidad de vida que empezaba a despuntar, con unas consecuencias inmediatas en nuestros bolsillos en el gasto directo y agravándolo más si tienes que ayudar al resto de la familia, cuyo futuro tampoco está despejado.

Posiblemente estemos cerrando un ciclo generacional que empezó en la lucha contra la dictadura franquista y el periodo de transición a la democracia borbónica, volviendo a manifestarnos en las calles para exigir lo que nos prometieron y nos robaron. Creímos ingenuamente que estábamos cerca de alcanzar la democracia ideal y el nivel de vida de clase media, pero hemos padecido el desencanto en nuestras carnes.

No podemos permitir que a nuestro alrededor se instalen la pobreza infantil, la penuria entre los que han perdido el trabajo y no lo encuentran, la soledad de los mayores envueltos en una manta, mientras algunos malgastan el dinero público en coches de lujo, cumpleaños y otras bacanales.

Hasta que nos quede salud debemos seguir luchando para dejar a las siguientes generaciones esa sociedad justa e igualitaria que votamos en la Constitución. Aunque lo hagamos solos, sin los jóvenes, porque nuestro compromiso es morir con las botas puestas. Así sea.

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