La Nueva España » Cartas de los lectores » El Yuppie: la vida es un regalo

El Yuppie: la vida es un regalo

29 de Octubre del 2018 - Faustino Álvarez Pérez-Manso (oviedo)

Hace tiempo conocí a una persona extraordinaria. Y era especial tanto por lo que era como por lo que le ocurrió. Yo soy de los que pienso que lo que te pasa en la vida también hace personas extraordinarias, que responden con entereza a las dificultades, que miran con firmeza a las adversidades, por muy duras que sean.

Este hombre era un triunfador ya adolescente, presentador de radio en la Gijón más ochentera, mujeriego como son los imberbes de 16 años y conquistador. Todo Gijón suspiraba por su encanto.

En esos tiempos presentaba y entrevistaba a lo más granado de la sociedad de entonces. A Arturo Fernández, que le achacaba presumir de ser de Oviedo, a Ana Torroja, a Miguel Ríos, a Víctor Manuel... Era también el "relaciones públicas" del TIC en Somió. El empleo de los triunfadores, para los que éramos niñatos...

Era chulo, prepotente, creído, soberbio, mimado por su madre, incomprendido por su padre, y exitoso.

Creció e intentó llegar a la Universidad. Quería ser médico, lo que mostraba que su arrogancia no dejaba de ser una excusa para ocultar su bonhomía.

No obtuvo nota para ingresar en Medicina directamente, por lo que tuvo que cursar un año de bioquímica para luego acceder a la Facultad de sus sueños. Ahí recibió su primera lección. Y la encajó.

Pero todavía tardó en madurar.

Después entró en la tuna de Medicina, como tantos otros estudiantes, reviviendo sus momentos esplendorosos de juventud. Tanto, que allí recibió su sobrenombre que le habría de acompañar más allá de sus días: el "Yuppie".

Y siempre fue el Yuppie.

Tenía don de gentes. Convencía a cualquiera con la palabra. Era sicólogo, mundano, vividor...

Descuidó los estudios pero bienvivía como un verdadero "tuno". Seguía siendo un cretino soberbio, pero con hondura... Y muy cariñoso. Quería a quien quería a su modo, pero plenamente. Y era bueno. Muy bueno. Ahí lo conocí yo.

Correteamos las noches de Gijón, por su TIC, el Jardín, el Cómix, la calle Capua, tan cerca de su piso de la calle Aguado que asaltábamos los veranos mientras sus padres se iban a Llanes.

Vivimos lo más vivible de esos años. Nos golpeábamos con nuestras frustraciones, y debatíamos nuestras diatribas filosóficas que, vistas al cabo de los años, tampoco eran tan desacertadas como pensábamos.

Se fue a Miami, con el "parche" de la Tuna Universitaria para conocer mundo. Era una oportunidad magnífica que muchos disfrutamos. Él también.

Estuvo a punto de quedarse en América con César, el "Foxy". Pero no pudo. O no quiso. O las dos cosas. César sí que se quedó y avanzó todo lo que pudo en los Estados Unidos. El Yuppie no creyó que buscarse la vida le hiciera feliz, ni mucho menos.

Decidió que debía dar un giro a sus estudios. Y aprovechando que su novia, Leticia, había encontrado un empleo como azafata de vuelo, se marchó a continuar medicina en la Laguna de Tenerife, donde ella fijó su residencia laboral.

Allí fue mantenido un año, sin aprovecharlo demasiado más que en buenas juergas y más vivencias juveniles trasnochadas.

Y volvió a decidir: él era mucho más capaz que eso. Era inteligente y tenía voluntad. Podría obtener la licenciatura en Oviedo y con las notas más altas. Y volvió.

E hizo lo que se propuso: Las matrículas caían inmisericordes en su expediente hasta que finalizó la carrera. Inmediatamente comenzó a preparar el M.I.R. y obtuvo una plaza de geriatra como residente para el Hospital de Cáceres.

Se casó con Leticia en una boda rimbombante en el Náutico de Gijón. Allí estuvimos todos. Los que todavía nos sentíamos frustrados por nuestra medianía, los que marchaban con paso firme en la vida, y los que mezclaban ambas cosas. Todos eran bienvenidos para el Yuppie en sus momentos más plenos.

Acabó las prácticas y obtuvo la plaza de médico geriatra en Cáceres. Compró un piso coqueto en pleno centro histórico. Precioso. Se compró un deportivo y una motocicleta de alta cilindrada porque "no quería sentirse mutilado" por caprichos, aunque fueran materialistas.

Viajaba. Era reconocido en su profesión a pesar de llevar poco tiempo de ejercicio.

Y a los tres o cuatro años, contando 33 o 34 de edad, sobrevino lo impensable.

Yo escuché a la ex esposa de un buen amigo, enfermera en Arenas de Cabrales donde Yuppie había estado de médico, muy melodramática y egoísta en sus apreciaciones, que según el médico de Arenas un muy buen amigo se había diagnosticado a sí mismo un cáncer. Ella lo decía con esa satisfacción enfermiza que tenemos los humanos cuando creemos que las desgracias solo nos atacan a nosotros, y de repente comprobamos como a los demás también les afecta.

En cuanto lo oí, supe que era él. Por todos los detalles y porque lo sabía. Era él. Y fue él.

Poco a poco, llorando por la impresión al principio, y luego viendo su actitud, sonriendo a su entereza, fuimos trasegando su enfermedad. Nos contaba con pasmosa naturalidad todo lo que le ocurría y lo que iba experimentando. Como se sometía a los nuevos tratamientos que aparecían y tenía oportunidad de probar. Se quedó calvo. Engordó, paradójicamente. Se cuidaba, a pesar de todo. La radiación y la quimioterapia iba haciendo su efecto. Narraba descarnadamente como la quimio le destrozaba, le deprimía, pero sabiendo que era una reacción química. No se dejaba vencer. Admitía los consejos de nosotros, míseros acompañantes que no queríamos saber de ese dolor, cargando con el pesar que nos producía su enfermedad. Él nos cuidaba aun entonces.

Cierto día un amigo le preguntó, con confianza:

-¿Cómo puedes estar tan sonriente y feliz con todo lo que tienes encima? ¿No te cansas, no tienes ganas de acabar? -le dijo.

-No tengo otra cosa que ser feliz -le respondió sin atisbo alguno de molestia-. ¿Qué voy a hacer? ¿Llorar por todas las esquinas? -se echó a reír-. Eso es perder lastimosamente mucho tiempo. Prefiero disfrutar con la familia, y con vosotros. Cada día que pasa es emocionante y un torrente de felicidad. No aprecié nunca lo bonito que es vivir, hasta que me pasó esto. Es irónico ¿verdad?

Te desarmaba. No podías siquiera bajar la cabeza delante de él. Le decepcionarías. Había que estar alegre y feliz. Teníamos la obligación de aprovechar cada instante. Si la química te vencía y te robaba el ánimo, agarrarse al convencimiento de que era eso, solo química, y que la vida merecía ser vivida plena y felizmente. Y si él se iba, hacerlo por él. Por nosotros.

Transcurrió apenas un año y un buen día de otoño llamó.

-¡Estoy limpio! -dijo exultante.

Luego se calmó.

-Hay que ser prudentes porque ya se sabe que hasta que no pasen cinco años, no hay certeza de cura.

Dentro de la contención aconsejada, estábamos alegres aunque solo fuera por tenerle "oficialmente" con nosotros otra temporada.

Esta vez su actitud ya no era la de aquel adolescente perpetuo. Era comprensivo, paciente, con una mirada placentera de quien no espera nada porque lo tiene todo. No te ponía ni un mal gesto. Ni siquiera por dolor, que bien lo tenía.

En enero me llamó.

-He quedado con todos en Gijón -dijo con la voz atronadora de antaño-. Quiero veros.

Estábamos unas quince personas, y allí estaba esperándonos. Muy delgado y pálido.

Se me acercó y me susurró:

-¿Cómo va lo de mis padres?

Llevaba un asunto civil a sus padres, que todavía estaba en barbecho.

-Bien, no te preocupes- le respondí.

-No me preocupo. Lo llevas tú y va a salir bien -dijo convencido-. Solo me hubiera gustado estar aquí cuando se resuelva. Cuida a mi padre. No está bien.

Le miré fijamente tratando de no mostrar debilidad. Me miró casi sonriendo y me dijo:

-Me queda como mucho un mes. Por eso quería veros.

Miró a todos.

-Y despedirme -sonrió.

No recuerdo que sentí entonces, ni cómo reaccionaron los demás.

A las dos semanas, su madre me llamó y me contó cómo fueron sus últimos momentos cuando ellos fueron a Cáceres a verle, tratando incluso de levantarse para recibirles.

Y murió. Con treinta y cuatro años. Siendo inmortal como lo éramos todos. Y sonriendo.

La enseñanza del Yuppie, José Luis Sánchez Cabal, es simple. La vida es un regalo. Puede ser más grande o más pequeño, pero es un regalo. Cada día merece ser disfrutado hasta con lo más sencillo. Desayunando, lavándose, trabajando, discutiendo, amando, llorando. Es lo mejor que podemos tener. No hay nada más valioso que la vida. Y no podemos perder el tiempo con lamentaciones. Nunca.

Y a veces me deprimo. Lo reconozco, y creo que todo es una mierda. Pero me acuerdo de él. Y vuelvo a sonreír. Y a vivir. Y si no quiero hacerlo por mí, lo haré por él. No tengo ningún derecho a no ser feliz sabiendo que Yuppie, con mucho menos, lo fue.

Cartas

Número de cartas: 45539

Número de cartas en Junio: 166

Tribunas

Número de tribunas: 2067

Número de tribunas en Junio: 10

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador