Democracia social cristiana
En este valle de lágrimas, a los denostados católicos no nos representa ninguna agrupación política. Unos toman de nosotros el amor por la patria, la defensa de los derechos humanos, la defensa de la vida hasta sus últimos extremos, la protección de la familia (y, por tanto, de la inocencia de los niños) y el derecho a la educación en los valores del humanismo cristiano. Y los otros, la radicalidad del celo por la implantación de la justicia social que mana del Evangelio. Pero ni unos ni otros aciertan con la fórmula para que la democracia deje de ser el mal menor y pase a convertirse en un bien positivo. Habría, para ello, que revivir los principios de una democracia social cristiana que mantenga vivos todos los valores evangélicos...
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