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¿Cuándo tendremos arreglo? ¿Con "diálogos para besugos"?

12 de Noviembre del 2018 - José Fuentes y García-Borja

Semana Santa en la Casa Parroquial de El Busto (Villaviciosa), hicisteis este resumen de vuestra visión de la situación social por la que atraviesa España desde 1940 hasta el presente –entonces– 1952. Leíamos “Mis Chicos”, “Flechas” y "Pelayos” y otros tebeos; uno de ellos solía traer una deliciosa sección titulada “Diálogo para besugos” en la que uno se despachaba por soleares y el otro replicaba por peteneras, un diálogo de sordos. Y algo de eso parece que está ocurriendo también en nuestra sociedad, que se enfila por los caminos de un diálogo que parece de sordomudos: la Administración se hace el longuis ante las protestas del pueblo y éste se hace el sueco ante las recomendaciones de aquella. Y las cosas por ese estilo habría que subrayar respecto a la inefable televisión, muchas emisoras de radio y no poca prensa diaria. No hay diálogo, no se escucha y no se responde a lo que se pregunta. Y lo que es peor, faltan cauces y medios de diálogo, pues se ha profesionalizado en exceso la palabra, y el pueblo, que ha recuperado el voto, parece haber perdido la voz. Ni siquiera el órgano de diálogo por excelencia, el Parlamento –las Cortes– parecen haber entrado con buen pie por ese camino. En el tiempo de la transición –decían los cronistas– “más del 80 por ciento de los diputados no abrieron la boca en ninguna sesión”. Y, por lo que se está viendo, las cosas se discuten y se resuelven mejor por los pasillos y las cenas políticas que en la Cámara. Ahora bien, un pueblo que no dialoga es un pueblo que no se entiende, y cuando la gente no se entiende lo más probable es “que topen”: demasiados conflictos, demasiadas huelgas, manifestaciones según para qué y demasiada violencia. El problema de la comunicación es, en definitiva, un problema de insolidaridad. Amigos, ¿no nos dicen nada porque no escuchamos?, o ¿no escuchamos porque no nos dicen nada? No se habla, no se escucha, no al menos en la medida conveniente para que se verifique que “hablando se entiende la gente”. Y lo peor es: cuando se habla, se habla poco y mal. Los maestros, profesionales de la enseñanza, se quejan de las deficiencias de lectura y redacción de los alumnos. Y cualquiera puede apreciar el escaso vocabulario que se maneja en la calle, aparte los tacos (casi el 50 por ciento de lo que se habla). El hecho mismo de una jerga pasota, ¿no será debido más al analfabetismo reinante que a un fenómeno contracultural? Y, a todo esto, la escuela parece más empeñada en señalar a leer y escribir que en enseñar a hablar y a escuchar, o sea prepara más para el tráfico de ideas que para la convivencia. ¿Cuándo tendremos arreglo? Sólo si vemos a Cristo en los pobres y les ayudamos por medio de Cáritas. Acomodando la actuación moral a la manera de pensar que propugna la fe, comienza a hacerse realidad esa sociedad en la que no habrá nadie que disfrute de la plusvalía del trabajo del pobre. Creer esto es comenzar a construir los cimientos de esa sociedad como Iglesia, signo de salvación y fundamento y principio de nuestra misión en el mundo y de nuestro servicio al mundo. Educadores, transcribo de Camilo José Cela: “Lo malo de los que se creen en la verdad es que cuando tienen que demostrarlo no aciertan ni una”.

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