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Los curas separatistas vascos y sus epígonos asturianos

9 de Marzo del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Sería tonto sorprenderse de que haya curas progres, o de que sean los progres los que lleven la voz cantante en el coro clerical (como si ser progre y llevar la voz cantante no fuera pura redundancia). Institución muy humana, la Iglesia puede repetir con Terencio nada de lo humano me es ajeno. Hay pues curas progres como los hay conservadores, alopécicos, celíacos, zurdos o ambidextros. Como dijo aquel torero cuando le presentaron a Ortega: -¿Filósofo? Está bien, tiene que haber de todo. Otra cosa es que nos den la tabarra sacando pecho con su progresía en una región donde la izquierda apenas soltó el poder desde que se hizo con él, estando Franco como quien dice de cuerpo presente (una izquierda, por cierto, que uno se pregunta por qué, teniendo mayoría, no hacen de una vez la revolución pendiente y se contentan con poner al día los sueldos, dietas y complementos que heredaron de la derecha). Que sea en Gijón (una ciudad cuyo callejero incluye un santoral muy completo y ortodoxo del rojerío internacional), donde se da la mayor densidad de curas rojos por kilómetro cuadrado, tal vez no pase de ser un inocente fenómeno de mimetismo social; pero que nadie nos quiera vender la moto de que esos comandantes de la teología de la liberación de andar por casa viven allí poco menos que en una arriesgada clandestinidad.

Que algunos de esos presbíteros practiquen un progresismo de guardarropía, llevando encima el atrezzo completo para incorporarse en cualquier momento a un desfile del orgullo progre, resulta un espectáculo de mucho colorido. Verles retozar cual robustos mozalbetes sobre el césped virtual de Mayo 68, como si desde entonces acá no hubiese llovido ni una gota, hasta puede divertir. Ni siquiera sería justo reprocharles con demasiada severidad la monomanía compulsiva de denigrar a los obispos conservadores (como si esos honrados prelados fueran la hipóstasis postmoderna del mismísimo Anticristo); al fin y al cabo, nadie escoge las alergias que padece.

Ahora bien, lo que ya no cuela es que, entre esa quincalla ideológica, inofensivamente ruidosa y de cierto relumbrón, quieran vendernos una Iglesia nacionalista vasca nada menos que como modelo de institución evangélicamente comprometida; que la presenten como un espejo que devuelve de la Iglesia española, de su jerarquía, una imagen caricaturalmente deformada. Hay en esa argumentación una injusticia doble, porque la iglesia española es lo que es, con sus luces y sus sombras, con sus matices; y la iglesia vasca no es lo que ellos nos cuentan; y no es cosa de dejar que una falacia vaya a misa porque venga de unos curas con mucho predicamento mediático. Como muestra, he aquí algunos botones de una extensa botonera.

D. Alberto Torga y Llamedo: -Ya quisiera yo que hubiera muchos obispos españoles de la talla espiritual y humana de monseñor Uriarte (fin de cita). En una entrevista publicada pocos días antes, aceptaba Monseñor Uriarte, obispo emérito de San Sebastián, el reproche de no haber estado suficientemente cercano a las víctimas del terrorismo porque, venía a decir, nunca se está demasiado próximo a las víctimas. En cambio, no entendía Monseñor las reacciones que suscitaba su episcopal solicitud por el sufrimiento de las familias de los presos.

Ahí tenemos funcionando una simetría retórica entre los presos y las víctimas, y el corazón episcopal latiendo paternalmente, sístole/diástole, entre los unos y los otros. Pero acerquemos un poco el objetivo al eje de simetría de esa equidistancia episcopal: Entre los presos y sus familias, la institución penitenciaria puede poner una distancia de cientos de kilómetros; entre los muertos y sus familias, los terroristas presos han puesto una distancia infinita, la que media entre la vida y la muerte. No hace falta ser experto en teología ni en metafísica, ni en sistema métrico decimal, para entender que entre cualquier cantidad y el infinito no es posible ninguna simetría, porque la diferencia será siempre infinita. Para entender eso basta atenerse a la antiquísima honradez de llamar pan al pan y vino al vino. Pero eso de llamar a las cosas por su nombre debe de ser el colmo del conservadurismo carca y pre-conciliar.

D. José María Díaz Bardales: -Sectores importantes de la Iglesia en el País Vasco sí han estado cerca del movimiento abertzale, algo legítimo y lógico (fin de cita). Efectivamente. Tan legítimo y lógico como que millones de alemanes se identificaran con el movimiento Nacional (abertzale!) - Socialista, en revancha por la humillación del Tratado de Versalles. Tan natural y lógico como que la Iglesia española buscara amparo en el Movimiento Nacional (abertzale!), ante un Frente Popular que se le echaba encima como un tsunami de fuego, matando curas y destruyendo iglesias (¿O no, D. José María?). ¿Pero de qué tiene que tomar revancha o qué tsunami se le viene encima a la Iglesia en la comunidad autónoma vasca, la niña mimada de la España democrática? Natural y lógica, tal vez (como lo es ponerse al sol que más calienta), pero nada sobrenatural ni profética esa identificación clerical con el movimiento abertzale. Así que, reverendo Díaz Bardales, a otro perro con ese hueso.

Más allá de los centros urbanos, se extiende allí el mapa implacable del odio, de la intolerancia, de la exclusión. Los vascos que se sienten españoles, viven en esos núcleos rurales en un ghetto social permanente, controlando sus gestos, sus emociones, sus palabras, el periódico que leen y hasta la forma de vestir; son los judíos que sobreviven ocultando su identidad, o han de escoger entre la escolta o la muerte si quieren manifestarla y ejercerla; si además son creyentes tienen que apurar el cáliz de la vejación recibiendo la comunión de manos de unos párrocos que están con la otra parte. Los curas, (¡como es lógico y natural!), están allí mayoritariamente con el movimiento nacional-socialista. ¿Hace falta ser cristiano para sentir pena y vergüenza? ¿No basta con ser humano para sentir cólera o por lo menos tristeza? Hay otros sacerdotes en el País Vasco que viven heroicamente separados por no ser separatistas; por ejemplo los del Foro del Salvador. Pero sobre estos no les he leído nada a los epígonos asturianos.

-131 sacerdotes guipuzcoanos, entre ellos 85 de los 110 párrocos, publicaron una carta en la que manifestaron su disconformidad con el nombramiento de Munilla. Pues por si esa carta no tuviera bastante publicidad, publica D. Alberto la suya, pidiendo la renuncia de Munilla (aplicando seguramente el principio de que un millón de moscas no se puede equivocar y, en consecuencia, la mierda tiene que ser excelente). ¿Dónde estaban esos 131 sacerdotes guipuzcoanos aquellos días de julio en que España contenía el aliento con el corazón en un puño, mientras Miguel Ángel Blanco esperaba la ejecución en el corredor de la muerte? Estaban callados como muertos (por decirlo de forma muy piadosa), D. Alberto. Mil asesinatos no bastaron para suscitar en esos curas donostiarras tan conciliares la reacción que ahora tuvieron ante un solo crimen, el de que les haya enviado un obispo vasco y euskaldún pero no nacionalista.

-¡Pobre Idoia!, suspira el muy veterano párroco de Barrika, mientras se ciñe el cíngulo, antes de lavarse las manos entre los inocentes para acercarse al altar del Señor. A la pobre Idoia le había estallado entre las manos la bomba que manipulaba para un atentado (¿O la utilizaba acaso de pisapapeles?). Si la dichosa bomba hubiera estallado a su debido tiempo, destripando a unos cuantos maketos, el cura de Barrika nos habría ahorrado sus suspiros. Los maketos, vaya-por-Dios, han nacido como carne de cañón para la construcción de la patria vasca.

¿No ven qué gozada esa cercanía tan sentida del clero vasco con el movimiento abertzale? Es que ya lo dice la Gaudium et spes, -como nos lo recuerda D. José María desde su púlpito de LNE- que la Iglesia se siente íntimamente unida con la Humanidad. Con la humanidad y con el resto de los animales, por lo que se ve. Resumiendo para concluir: La mayoría de los curas nacionalistas no aprueba la violencia etarra, pero su rechazo no llega a tanto como para firmar manifiestos condenándola; los etarras son esos hijos nuestros, sin entrar en el debate de si son descarriados o no, palabras de un Ardanza que había sido cura (o casi) antes que Lehendakari. Tantos años después del ardiente Bergamín y del cenizo Sastre, aquí llegan a la txarriboda abertzale estos presbíteros de las Asturias de Oviedo, a echarle una mano a la peor clerigalla de la península de los últimos veinte siglos; la que pretende pasar a pie enjuto sobre la sangre de los justos. Y los epígonos asturianos alargándoles unos zancos conciliares para facilitarles tan infame y cobarde travesía. Más hubiera valido nunca que tarde, que no siempre los refranes tienen razón.

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