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Eduardo Arroyo, inconformista y universal

7 de Noviembre del 2018 - Carlos Cuesta

Dentro del mundo pictórico español, Eduardo Arroyo tiene un hueco decidido y cubierto por su manera de crear, ver la vida y por ser una persona magnánima y universal. Un artista entero, total y cargado de una generosidad desbordante que sólo se refleja en el cuerpo a cuerpo de ese boxeador íntimo y cosmopolita que llevaba dentro. Varios lustros exiliado de motu proprio en París y Roma, frecuentando los círculos intelectuales y bohemios de esas ciudades de la cultura intensa, abierta y europea. Y en esa circunstancia de encuentro y relación participó en innumerables exposiciones y escribió diferentes libretos de su escenografía particular y portentosas caricaturas dentro de un arte de vanguardia que gustó en Francia. Radical en extremo de aquel heroico mayo del 68, vivió a fondo ese tiempo de transformación política y social, trabajó con esfuerzo y denuedo entre paletas cromáticas y esculturas y se convirtió en un personaje de interés social y público con ese gracejo y sarcasmo tan español. Más tarde se instaló en Madrid, su ciudad natal, donde desarrolló un trabajo portentoso de genio pictórico y artista en toda regla. Pienso que Eduardo Arroyo con todo su bagaje artístico e intelectual -todo un virtuoso y ejecutante- puede ser considerado el autor hispano más internacional de su generación, si bien poco conocido y reconocido en su patria.

En sus largos y fructíferos veranos de Robles de Laciana, en León, pude conocer de cerca a la persona próxima, al artista, al escritor, al poeta, al artesano de la arcilla y el bronce. Toda una grata sorpresa pensando que me iba a topar con un ser lejano y distante. En esa casona cubierta de arbolado y praderías con una gran mosca de hierro forjado presidiendo las paredes pétreas de esa mansión familiar y estival, me encontré con un artista completo, con un hombre aparentemente inconformista, alejado de su visceralidad política y más amansado y directo. Trabajador a tiempo completo, en este lugar de vivencias infantiles y refugio de pensamiento y acción vivió sus momentos de ensueño y forjó sus creaciones más notables en su larga producción artística. Allí en Robles de Laciana, en ese rincón de la Reserva de la Biosfera, contemplé con visión beatífica su empeño artístico en algunas obras tanto pictóricas como escultóricas de su nombrada obra. Y tras un diálogo amplio y con toques de emoción me invitó a ese concierto de cámara que en los últimos veranos organizaba en su predio feliz y animado un 24 de julio para sus amigos y próximos y al día siguiente para sus vecinos en la iglesia románica del pueblo. Arte, pasión y bondad, esas interioridades de un artista emblemático, fiel a sus convicciones morales, amante de los buenos momentos y amigo de sus amigos. Y siempre con el afecto de la tertulia, el encuentro y ese atrayente whisky en copa balón que tanto le fascinaba. Y es que Eduardo Arroyo murió en vida profesional hasta última hora, sujeto a cinco décadas de la cultura española más universal y dejando un legado multidisciplinar difícil de igualar. Los aires benefactores de su geografía sentimental, Robles de Laciana, y aquellas moscas chirriantes y contemplativas de su etapa infantil, algo tuvieron que ver en la hechura de un hombre volcado por y para el arte.

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