A Sira, siempre en el recuerdo
En la tarde del pasado domingo, acompañamos a mi suegra en su último caminar al cementerio de Tellego. Antes de continuar quiero, en mi caso, hacer desaparecer de la palabra suegra cuanto de negativo alguien pueda insinuar y cambiarlo por serenidad, firmeza, cariño y sensatez, para mí y para cuantos la quisimos. A punto de llegar a los noventa y siete años, con grandes problemas físicos, se cansó de luchar, ya lo merecía, y decidió irse a descansar eternamente.
Huérfana juvenil, como mujer de más edad, cuando aún no sabía dirigir ni su propia vida, se puso al frente de la familia de un hermano y tres hermanas solteros en plena posguerra, ayudando a buscar comida y sostén para todos, en definitiva a sobrevivir, luchando contra la escasez y miseria de los años más difíciles.
Llegó el amor y con Florentino, discreto, muy pobre económicamente, pero minero y campesino muy trabajador, se casó como la gente de la época, con poco más de veinte años, iniciando una vida de trabajo, trabajo y trabajo, al que se enfrentó siempre sin dudas y con mucho tesón. Fue un ama de casa completa, en el significado más amplio de la palabra, pues crió una hija y un hijo, ejerció de cocinera, modista, sastra, agricultora, ganadera, convivió con su suegra hasta la muerte de ésta, y siempre lo hizo sin descanso y sin perder un agudo sentido del humor que divertía a próximos y vecinos en muchas ocasiones. Como los trabajos no eran pocos, circunstancias familiares negativas llevaron a su casa sobrinos en grandes dificultades de convivencia unos y económicas otros, que hicieron que los menguados ingresos propios se tuviesen que repartir entre más bocas, con el fin de no dejar a ninguno totalmente desamparado. Codo con codo con su marido, luchó hasta que los tiempos permitieron mejoría y fueron saliendo adelante, labrando tierra, criando ganado y controlando los gastos como el mejor gestor o contable.
Viuda hace dieciséis años, con alternativas en el estado de salud, aún siguió teniendo ganas y valentía para viajar, incluso fuero del país, con amigas y familiares, visitando lugares como Lisboa, cuya presencia de una nieta siempre generó su inquietud y curiosidad. Y su memoria prodigiosa hasta el último día de su existencia, nos permitió escuchar el relato de sus impresiones viajeras, pero igualmente era capaz de describir con detalle aspecto del Bueño de su infancia y juventud, con nombres, hechos, familias y juegos, o de los años cuarenta cuando inició la convivencia en Sardín, casada, con los esfuerzos de la cosecha, de la preparación de la ropa minera del marido, o la búsqueda de castañas para tener una comida o cena abundante. Nada le era extraño y de nada se olvidaba ese "cerebro electrónico", como yo le comentaba, que tenía por cabeza.
Por tanto, Sira se fue el domingo, pero para cuantos la conocimos, siempre nos quedará su recuerdo, su personalidad y su inteligencia. De su capacidad dan fe las amigas que hizo en el tiempo que permaneció en la residencia de ancianos, gracias Marisol, o las que consiguió en su permanencia en el hospital del Naranco, gracias María, y que estoy bien seguro que no la olvidarán fácilmente. Los que la quisimos y recordaremos sólo deseamos que descanse en paz. ¡Que así sea!
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