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Una novela no es un libro

6 de Noviembre del 2018 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas, Castrillón)

Afirmar que Netflix o HBO es televisión es como afirmar que una novela es un libro. No, no es lo mismo. Y no es herejía posmoderna señalar esto, sino, en su justa medida, análisis porfiriano y estética analítica; es, precisamente, Modernidad.

Por un lado, está el terreno de la materialidad. En este caso, de los materiales y soportes. Un cuadro es el objeto material por el que se manifiesta una obra de arte pictórica, por ejemplo. Pero también son pinturas las de las cuevas de Altamira sin estar representadas en un cuadro. Lo mismo pasa con la asunción de que toda pantalla es televisión, siendo el cine, según este reduccionismo, televisión para gigantes, o siendo la reproducción en streaming, como las plataformas de consumo de ocio audiovisual, wifi divino de la TDT y no de la cuota a internet que religiosamente uno paga para tenerlo en su casa.

Por otro lado, está el lenguaje, el núcleo constitutivo de cada arte, aquello que nos permite hablar de pintura, literatura, música, cine, teatro, videojuegos... La novela no es un libro porque es su propia concreción mediante un cierto orden de las palabras, que narran una historia ficticia específica. La novela, por ejemplo, se puede dar en otros formatos sin lomo (e-book, audiolibro, etc.). Y lo mismo sucede con una película: no deja de serlo por el tamaño de la pantalla o por la soledad del espectador en un habitáculo.

¿A qué se debe esta confusión, profundamente elitista, sobre el tipo de arte constituido por la reducción al objeto? ¿Cómo es posible mantener la evolución histórica de las artes en una suerte de conocimiento interdisciplinar, gracias a la cual todo arte merece la misma consideración, si un arte es menos arte si se expresa, no de otra forma, sino en otro lugar? El problema de fondo radica en la confusión de la materialidad del soporte (pantallas, hojas, lienzos, etc.) con las «propiedades de tipo» que bien afirmaba Wollheim: es propiedad de tipo el lenguaje artístico, no el objeto por el cual se manifiesta. Por ejemplo, propiedad de tipo de la pintura es la pintura usada para pintar, como también es propiedad de tipo de la literatura el texto escrito, y no el papel de sus hojas. Dicho de otra manera: el lenguaje artístico es el fundamento constrictivo de toda arte, el núcleo constitutivo que diferencia una obra de otra en su forma de simular miméticamente; de ahí el carácter porfiriano de este análisis: se da una taxonomía de las artes de géneros y especies a partir del lenguaje.

¿Por qué se siguen dando, entonces, estos debates que parecen idealizar ciertas artes frente a otras? No se trata siquiera de discusiones filosóficas sobre los fundamentos o núcleos de la práctica artística, sobre sus posibilidades científicas, sino que versan sobre la afirmación autoritaria y tendenciosa que reza "tal arte es más elevado que cual". La razón de esta intransigencia actual se encuentra en esa omitida y necesaria distinción entre propiedades de tipo y propiedades materiales. Esta forma de definir la adecuación (cada arte posee una "naturaleza lingüística específica") que caracterizaba la estética moderna, y permitió el inicio de la teoría del arte y de la crítica artística como filosofías del presente, se desmorona por la opinión pública y académica que pretenden, sin saberlo, la confrontación entre artes mecánicas, históricamente marginadas desde la intelectualidad, y artes liberales. Ese debate fue superado porque se llegó a la conclusión de que tan artístico es el arte artesanal de las plásticas como el denominado arte espiritual de la poesía o de la música.

Wollheim, autor ya citado por establecer las «propiedades de tipo», distinguía además obras de arte «simples» y obras de arte «múltiples». Las obras de arte múltiples son, según él, la literatura y la música, porque se podían reproducir (recuerden a Ruskin y su desafección por la reproductibilidad; la producción [artesanal] es contraria a la reproducción) dando lugar a los «ejemplares». Cuando hablamos, pues, de obra de arte como objeto, la reducimos a su materialidad sin tener en cuenta el lenguaje artístico del que hablamos, tomando la propiedad material como propiedad de tipo, confundiendo lo que Wollheim denominaba «ejemplar» con el lenguaje artístico mismo. Y he ahí el problema de fondo cuando uno desdeña la incisión imparable de la tecnología como una forma egoísta de salvar su arte concreta favorita de las nuevas modas o los cambios radicales.

¿Acaso deja de ser pintura el fresco por no ser cuadro? ¿Acaso es menos videojuego aquel que potencia su esfera cinematográfica? ¿Una novela deja de ser novela por no ser de papel? ¿Una película deja de ser película si no se ve en el cine? ¡Eso es idealismo! O peor: ¡romanticismo!

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