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Nostagia del Absoluto

7 de Noviembre del 2018 - Ana María Fernández Menéndez (Avilés)

"Nostalgia del Absoluto" es el título de un libro de George Steiner, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2001, en el que se recopila un ciclo de conferencias emitidas por la radio canadiense en otoño de 1974 y en el que ya se contemplaban cambios significativos en el pensamiento y en la sociedad que hoy son en algunos ambientes una aplastante realidad. Según Steiner esta nostalgia estaba provocada por la decadencia del hombre y de la sociedad occidental y por la decadencia también de la antigua y magnífica arquitectura de la certeza religiosa.

El Absoluto se ha identificado teológica y tradicionalmente con Dios y lo sagrado. Absoluto es también lo que no está mediatizado con nada, lo inmutable, lo incondicionado, lo independiente, lo que es en sí mismo y se opone filosóficamente al relativismo.

El relativismo sin embargo afirma la absoluta relatividad de nuestro conocimiento, al que considera convencional, subjetivo y por tanto incapaz de reflejar el mundo objetivo. El relativismo cuestiona la verdad, no admite verdades absolutas universales ni necesarias sino que todo depende de las circunstancias, de las variables, que lo hacen permanentemente particular y mutable y desembocar en el escepticismo, el agnosticismo y la sofística.

Lamentablemente hoy lo que prevalece, en medio de un ambiente ideológico que parece invadirlo todo, es el relativismo. Las cosas a día de hoy son, al menos en muchos ámbitos de nuestro país, según en cada caso, de tal forma que hechos iguales o muy parecidos tienen una calificación teórica y práctica diferente según sea la persona o grupo o el momento en que se realice. El relativismo da lugar en muchas ocasiones a un pensamiento paradójico, contradictorio, confuso e injusto y a veces también absurdo, lo que provoca incertidumbre y confusión tanto personal como colectiva.

Según Steiner, la crisis de la religión de los últimos 150 años dejó un inmenso vacío que ha sido ocupado por ideologías, mitos y utopías que se han ido progresivamente afianzando y que han copiado modelos y estructuras religiosas pero vaciándolos de su contenido original.

Hoy la religión, la espiritualidad, el cristianismo mismo, fuente de grandes certezas, está en horas bajas. Quizá el deseo de contemporizar haya hecho que lo espiritual se haya mezclado y contaminado con ideologías, utopías y con planteamientos filosóficos, antropológicos, psicológicos y políticos que poco tienen que ver con el autentico cristianismo. Jesucristo no fue un proletario, ni un revolucionario, ni un guerrillero, ni un alborotador como afirma e insinúa la teología de la liberación, fuertemente influida por el análisis marxista de la realidad y de la historia pero tampoco la religión ni el cristianismo puede estar al servicio de quienes quieren mantener privilegios y convencionalismos interesados como intentó cierta burguesía, por hablar de un pasado relativamente reciente.

Para conocer a Jesucristo, y por tanto el cristianismo, hay que conocer los Evangelios y en ninguna parte de ellos se dice que fuera carpintero ni tampoco hizo alusión a este oficio en ninguna de sus parábolas conocidas. Jesucristo se nos presenta en cambio como una persona instruida, conocedora de la Ley desde muy joven, con grandes habilidades para la comunicación, como un gran conocedor de la naturaleza humana, que estableció comparaciones sencillas y eficaces, fácilmente comprensibles en general por las muchedumbres que le seguían y a quien sus discípulos llamaban Maestro. Jesucristo no dio un modelo de organización social. Habló de principios y valores universales y permanentes que trascienden la temporalidad. Habló de verdad, de justicia, de misericordia, de perdón, de fraternidad, de generosidad, de paciencia, de piedad y del pecado como origen de todos los males, concepto que se ha borrado actualmente del lenguaje público y que es percibido incluso como una agresión para ciertas sensibilidades. Habló también del bien y del mal, de Dios como Padre, de premios y castigos, de vida después de la muerte y aunque le escuchaban y seguían muchedumbres sus mensajes no eran colectivos ni colectivistas. Hablaba para la persona individual a la que consideraba responsable de sus actos. También curó enfermedades psíquicas y físicas, liberó de malos espíritus y tuvo el poder de perdonar los pecados.

Son muchas y muy sabias las cosas que se dicen en los Evangelios y en algunos libros sagrados del Antiguo Testamento. Quizá haya llegado el momento de volver la vista atrás y con una mirada limpia, sin prejuicios ni apriorismos leer de nuevo y reflexionar sobre estos textos y quizá en ellos se pueda encontrar algo que hoy está muy cuestionado, la esencia de la personalidad, del yo mismo y el sentido de la existencia.

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