Con la que está cayendo
Algunos lectores de este periódico pasarán página, no les interesa nada de la Iglesia. Otros se van a fijar en mis apreciaciones. Y otros dirán ¿con la que está cayendo, merece la pena defender a la Iglesia? Pues sí, de eso se trata.
Y para amar a la Iglesia no queda otra que reconocer lo que significa la Encarnación de Dios, donde parece que todo es muy normal, pero no se debe olvidar que Jesús al asumir la condición humana asumió también la “complicación” humana. Es cierto que Jesús no abraza el pecado, pero no le queda otra que abrazar la complicación humana: la burocracia, los ropajes, los ringorrangos, los fallos.
Demasiadas veces cuando juzgamos a la Iglesia sólo vemos sus ropajes y sus fallos. Y nada más natural que abominar de esa “estructura” que más que ayudar estorba a la acción salvadora de Cristo. Pero, ¡ojo!, si no debemos ser más papistas que el Papa, menos aún conviene ser “más cristianos que Jesucristo”. Por eso nos conviene pensar en la Encarnación total, en la que Jesús tomó nuestra carne y también asumió “las complicaciones” humanas antes descritas.
El acto de fe en la Iglesia no puede ser patente de corso para ningún conformismo. Como ha dicho un viejo amigo mío: “Aceptar no es cerrar los ojos”. Y alerta y con afán purificador han estado sus más grandes hijos, como San Agustín, San Jerónimo, San Bernardo, San Francisco, Santa Catalina, Santo Tomás Moro… y la lista podría seguir varias líneas.
No creemos a pesar de la Iglesia sino por ella, del mismo modo que creemos en Jesús, Palabra del Padre, no a pesar de su Encarnación sino por ella. Aquel cuerpo estremecido, cansado, sudoroso, es el cuerpo de Cristo. Y este Papa, esta jerarquía y este pueblo de Dios, mediocre, descreído, asustado, con algunos santos, también es el cuerpo de Cristo. Y la Iglesia de Jesucristo.
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