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Seminaristas mártires, pronto beatificados

17 de Noviembre del 2018 - Agustín Hevia Ballina

La noticia de la COPE me llegó inesperada, como de sorpresa. En LNE la vi plasmada después: “Nueve seminaristas asesinados en Asturias, reconocidos como mártires”. Al punto me vino a la memoria el día en que, en la capilla mayor del Seminario, hace ya más de veinte años, el arzobispo don Gabino Díaz Merchán declaraba abierto el proceso de canonización para establecer si nueve seminaristas del Seminario de Oviedo, asesinados seis de ellos en la Cuesta de Santo Domingo, casi a las puertas del Seminario, y otros tres en diferentes circunstancias de la Guerra Civil, si podían ser considerados mártires, con lo que se iniciaba un proceso, que pedimos a Dios aboque, a la ansiada Beatificación y, Dios así lo quiera, a su Canonización. Recuerdo que, en un movimiento de primaria espontaneidad, escribí un artículo, que publicó "La Voz de Asturias", que titulé: “Gracias, don Gabino”, al que siguió otro, glosando la famosa frase de Tertuliano: “La sangre de los Mártires es semilla de Cristianos”.

Aquel momento quedaba marcado por la gran esperanza que suscitaba la constitución del Tribunal Diocesano. Hoy la palabra de la Suprema Autoridad de la Iglesia, en labios del Papa Francisco, acaba de abrirnos el alma a una esperanza de cercana declaración como beatos. Si, en todo momento, desde su elección como Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, fomento en lo hondo de mi espíritu, el mayor cariño hacia el Sucesor de San Pedro, puedo asegurar que el amor y cariño hacia el Papa, lo siento más acendrado aún y tendría que expresar, como lo hice a don Gabino: “gracias mil y miles de miles de veces, queridísimo Papa Francisco”, por esa declaración tan solemne que nos avala que nuestros seminaristas son realmente mártires.

Me quedo extasiado contemplando el titular de la noticia, se me saltan de gozo las lágrimas viendo esas nueve siluetas de jóvenes que han alcanzado la meta de la santidad, a la que estamos llamados todos los cristianos, en la plenitud de su juventud, en el marco de una preparación, para ser ministros del Maestro, Cristo Jesús. Traslado mi imaginación al momento en que nos sea dado vivir con la emoción más profunda la ceremonia de su beatificación en la catedral ovetense.

El binomio que constituye la noticia me está como golpeando las sienes. Fijaros en el contrabalanceo tan grato: “nueve seminaristas asesinados” constituye el primer miembro de esa ecuación, en manifiesta expresión de igualdad, que se complementa con la segunda parte: “reconocidos como mártires”. Uno, desde las limitaciones y defectos de su vida de cristiano y de sacerdote de Cristo, no puede menos de revivir la mística martirial de que se ha ido imbuyendo en sus lecturas de “La era de los mártires” y, sobre todo, de sus meditaciones seminarísticas sobre los textos de San Ignacio de Antioquía, de San Policarpo de Esmirna o de San Cipriano de Cartago.

Nuestra amadísima diócesis ha sido ya gratificada con la canonización del Protomártir asturiano, Fray Melchor García Sampedro, de la Orden de Predicadores, sacrificado en el Tonking, con el más horrible de los martirios. Fue nuestro referente de santidad durante los años del Seminario y leíamos, inmersos en profundo afán de imitación, la biografía escrita por don José Sarri, que teníamos en nuestra humilde librería todos los seminaristas. Recientemente, nuestra Diócesis ha vivido también momentos de la mayor emoción con la beatificación en nuestra Catedral de los “martires de Nembra”, con su párroco don Jenaro a la cabeza.

Antes de adentrarnos en la capilla de los Filósofos o durante los tiempos de la recreación contemplábamos con devoción, cariño y simpatía el modesto cuadro de los “Seminaristas Mártires”, que habían entregado su vida asesinados casi a las puertas del Seminario de Santo Domingo, siete seminaristas, que habían derramado su sangre por mantener firme su fe en Cristo. Leíamos en la “Revista Eclesiástica” del año 1935 sus biografías y ya el autor de aquel artículo defendía que concurrían en cada uno los requisitos que exige la Teología, para que fueran considerados mártires, cosa que ha venido a ratificar el Papa Francisco. Esas vidas colmadas las leíamos también los seminaristas, hechas más asequibles, más tarde, por don Antonio Viñayo en su historia del Seminario de Oviedo, en sus primeros cien años.

Aquella fotografía de siete jóvenes, muertos por Cristo su Señor, en la flor de sus años ofrecía un paradigma y ejemplo martirial para los jóvenes seminaristas. Muertos entre los 19 y 25 años, con una opción firme por el sacerdocio de Cristo. Todavía en la primera hora de aquel 7 de octubre habían asistido a clase de Prima con el Secretario de Estudios, don Aurelio Gago, que les había dirigido palabras confortadoras de aliento al martirio, si el Señor les llamaba, martirio que también él consumaría en el mercado de San Lázaro, con don Juan Puertes Ramón, el provisor del Obispado y el padre Paúl Vicente Pastor, Allí, en la Cuesta de Santo Domingo, tirados en la cuneta, un grupo de predilección de siete seminaristas daba su vida en martirial testimonio y quedaban constituidos en las primicias de un martirio de 182 sacerdotes y religiosos, martirio que constituye una deuda que, en modo alguno, no debemos olvidar.

Era como si hubiera sonado y resonado en sus oídos la palabra perentoria de Cristo, su Señor: “Tú, Ángel Cuartas, de Lastres; tú, Jesús Prieto, de La Roda; tú, José María Fernández, de Muñón Cimero; tú, Mariano Suárez, de El Entrego; tú, Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés; tú, Juan José Castañón, de Moreda, vosotros todos, los de la primera hora, venid y seguidme, vais a ser mis testigos, que se equivale a “mis Mártires”. Y después, en diferentes momentos y circunstancias, resonaría también la voz compulsiva de la llamada: “Tú, Manuel Olay, de Noreña; tú, Sixto Alonso, de Luanco; tú, Luis Prado, de San Martín de Laspra, vosotros también, venid y seguidme”. En las pilas bautismales de vuestras parroquias habéis iniciado la respuesta a la llamada, como hijos de Dios y de la Iglesia, como seguidores del Evangelio. La corona de gloria que no se marchita la ibais a recibir en el golpe de gracia de la consumación de vuestro martirio, con un tiro en la nuca. Vuestro sacerdocio que anhelabais no lo conseguiréis ya en la tierra. El turbión de la tempestad, como la mies para la cosecha, os lo ha segado de cuajo, pero recibiréis el premio en la gloria del cielo. ¡Mártires de Cristo! ¡Héroes de la fe! Ante vuestra sangre, ¡estamos en pie!

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