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Frío, caliente y de la templanza del hacer político

20 de Noviembre del 2018 - Darío Martínez Rodríguez (Pola de Siero)

La política es el arte de lo posible. Exige destreza, sabiduría, esfuerzo, interés por el bien común y sobre todo prudencia, mucha prudencia.

Cualquier buen gobernante ha de procurar en el ejercicio del poder garantizar la pervivencia del Estado, habrá de lograr con su buen hacer un mayor grado de estabilidad. Desde luego será consciente de que los problemas son permanentes, las necesidades infinitas, los intereses plurales y a la vez enfrentados en su dialéctica por la consecución de sus demandas particulares. Por el contrario las soluciones serán parciales.

La sociedad civil agrupada en colectivos cada vez más difusos presionará a los dirigentes políticos para que sus fines se materialicen. Su fuerza estará vinculada a su capacidad para influir en los responsables políticos que llevan las riendas del país. El calor en forma de demandas será permanente, la labor del buen gobernante será templar intereses, enfriar de algún modo la posible inestabilidad social, en el límite procurar evitar: huelgas, secesiones, revoluciones o guerras civiles.

Un poder central del Estado es el vinculado a la gestión, administración y redistribución de nuestros recursos. El abastecimiento es esencial para el buen funcionamiento de la sociedad. La labor del ejecutivo ha de ir destinada a la garantía del suministro energético, sin él no hay sociedad estable que perdure en el tiempo. En la miseria aflora lo peor del ser humano y más si es perentorio y general. Sabiendo esto, quien ostenta la responsabilidad compartida de suministrar los recursos energéticos que permitan que nuestro país funcione ha de ser extremadamente prudente. Por prudencia hemos de entender todo saber práctico capaz de evaluar los resultados posibles, las dificultades, las posibilidades reales, los medios a utilizar, con quienes contamos y con quienes no. Este saber ha de ser un hábito y ajustarse a la ley, fuera de ella no tendría sentido.

Dicho esto, escuchando y conociendo los planes puestos en marcha desde el Ministerio para la Transición Ecológica nos parece sincero valorar la actuación de su titular y de su equipo como de imprudente. De ponerlo en marcha Asturias será, esta vez sí, un paraíso natural, ahora bien también un desierto industrial. España no le irá a la zaga. Alemania, Francia y otras naciones amigas tendrán un competidor menos. El trabajo sucio además lo haremos nosotros. Esperemos que no sea así, esperemos que la acción de nuestros políticos logre enfriar el ambiente que comienza a calentarse en forma de deslocalizaciones, movilizaciones, baja natalidad, salida de jóvenes ya formados y una inestabilidad política que dificulta, entre otras cosas, la aprobación de los presupuestos regionales

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