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Lo que vale la pena

23 de Noviembre del 2018 - José María Casielles Aguadé (Oviedo)

Cuando la jubilación nos aporta cierto relajamiento en las tareas profesionales, y un poco más de tiempo disponible para reflexionar sobre nuestras experiencias de la vida, tenemos una gran oportunidad para meditar sobre lo que de verdad merece la pena.

En primer lugar, se aprecia pronto que esa oportunidad de reflexión es complicada, porque la catarata de información actual que proporcionan las redes sociales se ha vuelto inabarcable, es frecuentemente contradictoria y debe ser filtrada y ponderada con un criterio analítico por quienes la reciben. Cuando se añade a la experiencia de los años una formación adecuada se aprecia también que gran parte de esa información está sibilinamente mediatizada por intereses políticos, económicos y grupales. El filtrado ha de ser, pues, riguroso, ya que la manipulación mediática a la sociedad se ha elevado a niveles escandalosos y alcanza progresivamente a los sectores más vulnerables, como son los jóvenes que utilizan móviles y tabletas. Así se explica el interés de algunos partidos que se autodenominan progresistas en rebajar la edad de los votantes. En este peligroso contexto cobra especial valor entre los MCS la prensa, por sus acreditadas garantías de seriedad y responsabilidad: los artículos y colaboraciones “quedan ahí” y “se firman”. No gozan de la cobertura del anonimato que se da en las redes sociales, y esto hay que decirlo, guste o no guste.

Otra consideración importante que nos hacemos los veteranos o viejos –que resulta lo mismo– es que, frente a la banalización habitual de los que están allí, simplemente “por figurar”, se está perdiendo la estimación de valores esenciales, que tienden a ser sustituidos por formas encubiertas de propaganda –que aburren a Lázaro, pero dan dinero– y, lo que es peor, por conveniencias demagógicas y sectarias. Así, frente a la creación y promoción a puestos de trabajo, de personas válidas y competentes, se prodigan cómodas ayudas populistas vacías de compromiso profesional, que sólo persiguen clientelismo. Ante la vocación y preparación serias crece el favoritismo “digital”. Frente a la predicación honesta de la paz social se frecuenta la conspiración y la maledicencia. Se inspira el odio sectario y la envidia, que son los mayores enemigos de la ponderación objetiva. La norma práctica es: “Si no puedes superar a tu adversario, difámalo y degrádale, es lo más fácil”. El ambiente, sin más concentración de CO2, se hace irrespirable. La libertad se confunde con el libertinaje, sazonado con el derecho a una “libertad de expresión” sin ningún grado de control, y se “justifican” el agravio gratuito, el insulto y la blasfemia, que no deja de ser la desconsiderada forma con la que los incrédulos reconocen zafiamente la existencia de Dios; pues no se entienden los insultos al vacío.

Los psicólogos y educadores invitamos a todos los que quieran ser felices al cultivo de la “empatía”, que no es otra cosa que “ponerse en el pellejo de los demás”, sean jefes o mandados, afines o adversarios, amigos o enemigos.

El reconocimiento y aprecio de los “valores” nos dará la felicidad. Y este aprecio no se ha de ofrecer solamente a los demás, pues “empieza por uno mismo, y por lo que nos es propio”; familia, patria, bandera, religión, etcétera. Psiquiatras, psicólogos y educadores estamos absolutamente de acuerdo en que la falta de “autoestima” incapacita para el aprecio a otros, y que el “prójimo” empieza –como es evidente– con el próximo, para extenderse al que nos resulta más lejano. Y no confundamos –como hoy está de moda– la bondad noble, llana y sincera con el “buenismo” interesado y oportunista. Kung-Fu-Tsé (Confucio para los occidentales) recomendaba así: “Hay que ser moderado hasta en la virtud”. Buda postulaba la “benevolencia” (querer bien a los demás). Cristo exhortaba a la “caridad” (amor a Dios y al prójimo). Son recetas compatibles y recomendables, incluso para los más escépticos, a los que se ha de respetar y estimar también.

El mayor problema, claro está, reside en llevar los proyectos a la realidad. Los medicamentos no curan cuando se recetan, sino cuando se administran.

En esta preceptiva necesidad de bajar a la realidad es muy triste constatar algunas mezquinas actitudes municipales de Oviedo, al negarse a reconocer que el indiscutible heroísmo del bombero Eloy Palacio merece la decisión ética unánime de indemnizar generosamente a su familia. Recordemos que Eloy (q.e.p.d.) no necesitó dos años y medio para tomar la decisión de ayudar a sus convecinos, y tomemos ejemplo de la eficiencia administrativa del Ayuntamiento de Palma de Mallorca, para tratar un caso similar. Los ovetenses nos sentiríamos abochornados de una decisión municipal menos digna.

En una línea paralela, sería justo y deseable que el Gobierno de Asturias dotase a los médicos y al personal sanitario de todo nivel del HUCA, de los aparcamientos personalizados adecuados al desarrollo de su inapreciable trabajo. Nos sorprendió que no contasen aún con ellos, ya “ab initio”, y que tengan que seguir madrugando competitivamente para encontrar estacionamiento. No hay la menor duda de que lo mejor de Asturias y de España es la Sanidad, y debemos cuidar.

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