Carta a Amador
Querido profesor:
Cuando tú hablas, llega el silencio. El ritmo exacto en las explicaciones, la precisión en las palabras, la naturalidad, saber toparse con los sentimientos del público y la mágica habilidad para dar cuerda a la mente del expectante espectador.
Tu forma de entender los ejemplos humanos es excepcional: resaltas las virtudes de aquellas personas que de por sí tienen la gran virtud de investigar en torno a dispositivos tecnológicos que ayuden a las personas, para finalmente poder fabricar aquello tan útil que antes no existía. Al mismo tiempo, minimizas los defectos que, sin duda, incluso también esas personas deben tener.
Hugh Herr o Nikola Tesla quedarán positivamente en el recuerdo de esos adolescentes maliayeses que el pasado 16 de noviembre miraban maravillados la presentación que acompañaba sincrónicamente a tu discurso en la charla que diste en el Teatro Riera. Ellos y ellas, en el futuro inmediato, van a decir: “¡Ah, sí! El día que vi a Amador”.
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