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No ha sido la caza quien ha destruido al urogallo

23 de Noviembre del 2018 - Eduardo Bros Martínez (Oviedo)

Otra cuestión es el furtivismo. El urogallo abatido con malas artes o por otros medios no contemplados en la ley, por tanto no autorizada su caza, supuestamente tenía un alto precio en el mercado clandestino. En algunas ocasiones, casi todos, hemos visto a este ave, una vez disecada, metida en una urna de cristal, adornando despachos, sin que nadie preguntase su procedencia. La caza responsable en otro tiempo de esta especie autóctona asturiana no ha sido la culpable de que se encuentre en la actualidad en una situación tan lamentable, en cuanto a su nivel poblacional se refiere. No se deben decir patrañas, porque es querer confundir a la opinión pública, salvo que sea eso, precisamente, lo que se persiga, como forma de pretender exonerarse de una culpabilidad dirigida directamente a una parte importante del ecologismo (tan activo en la salvación de otras especies salvajes para las que sí hubo dinero), debido al nulo papel desplegado en la protección de tan emblemático pájaro.

No todos los expertos en el tema del urogallo cantábrico, con opinión independiente, contemplan la posibilidad de que la caza tradicional de ejemplares de urogallo, practicada durante la década de los sesenta y setenta del siglo XX, haya sido razón suficiente para otorgarle la máxima responsabilidad de un declive poblacional en los bosques de la cordillera Cantábrica de tan dramáticas consecuencias. Cuando se habla del urogallo y su calamitoso estado en número de ejemplares que quedan (a punto de extinguirse) sale a relucir desde ciertos ambientes contrarios a la caza y todo lo relacionado con ella una retahíla típica crónica que asocian a un hecho que dan por descontado, relacionando desde el desconocimiento o de forma interesada la caza de este ave con la disminución de sus efectivos sin haber querido tener en cuenta otros factores degradantes, muy significados y de los que se tienen muchas noticias, que es posible han sido origen de que se produjese esta desgraciada pérdida en la naturaleza asturiana.

Hace cuarenta años, me atrevo a decir que en el conjunto de la cordillera Cantábrica, pudieran existir del orden de mil quinientos ejemplares, o más, de este animal; comparativamente con tiempos atrás la cifra en gran medida se quedaba corta. Esto no es una suposición sin principios básicos que se tengan para reafirmarme en lo que digo. Es la comprobación "in situ" (hábitats de asentamiento y colonización) anterior y posterior a estos últimos cuarenta años en que no se caza, que me han permitido obtener la facultad para hacer esta consideración. La caza de otras especies me hizo cruzar zonas de querencia de estos animales en no sé en cuántas ocasiones, fijarme y tomar nota a mi paso de cuanto podía ver; si a esto añadimos la intensidad con que he visitado por propia iniciativa lo que se ha venido en llamar "sus cantaderos", de los cuales sabía por haber estado previamente en ellos, para sacar conclusiones comparativas, hace que me reafirme en la creencia de que la caza tradicional y responsable no se ha constituido en factor determinante, como máximo contribuyente, tal y como afirman sin rubor, ni vergüenza, quienes así se pronuncian.

La caza del urogallo, en momentos cruciales de su celo, requiere de poseer condiciones cercanas a un estado general físico óptimo que no todo el mundo tiene y dificulta la acción. Acercarse a esta especie, caminando en horas nocturnas que apuntan al alba del nuevo día, requiere de cuidados en el caminar durante mucho tiempo sin apenas luz por parajes que presentan dificultad en avanzar, de esfuerzo, paciencia y sensibilidad, esto último, para no ser detectado por el ave a la mínima ocasión que alerte del peligro que le acecha; eso si las condiciones de la climatología reinante en los momentos oportunos lo permiten, puesto que en tiempo de primavera se cierne la niebla con harta frecuencia. Ello se traduce en gran medida en que los permisos concedidos habían desembocado en fracaso. Lo cual quiere decir que el plan de aprovechamiento de esta especie no se cumplía en su totalidad, quedando reducido posiblemente a un 50 por ciento de cobros efectivos.

Enumerar aquí y ahora las cuantiosas razones que asimilan a esta cercana extinción de nuestro "Gallo Montés" se haría largo de contar y el espacio cuenta. De todas formas se han hecho públicas a través de dictámenes emitidos de expertos independientes, y a la ciudadanía ya le consta cuáles han sido los motivos principales que han propiciado tan sensible pérdida en la naturaleza. Desde luego el buen ejercicio de la caza no ha sido.

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