Al hijo de doña Honorina
Quizás un pecado pierda su esencia cuando es sano, y si es capital, con mayor grado. La envidia es un sentimiento malo pero cuando es figurada y nuestra hermosa lengua nos permite expresarlo en el contexto adecuado, puede ser una elegante expresión de admiración. Eso me ocurre hoy a mí.
No encuentro una expresión más mundana que sentir envidia sana de otro ser que admiro profundamente.
El pasado jueves se celebraron las exequias de doña Honorina, madre del párroco don Manuel, de la parroquia San Vicente de Paúl de Gijón. La iglesia abarrotada de gente era fiel reflejo del cariño que allí se congregaba, fiel reflejo de todo lo que genera esta parroquia. Innumerables son las actividades y personas involucradas alrededor de un proyecto con firmes cimientos de fe, respeto y humildad. Sólo se pueden lograr retos cuando un líder es capaz de canalizar las buenas intenciones. Esto ocurre en San Vicente de Paúl y don Manuel, nuestro Manuel, es el artífice de tan buenas acciones. Párroco, persona e hijo ejemplar, capaz de dirigir la homilía en presencia de su difunta madre, nos da una nueva lección de serenidad y humanidad. Rodeado de compañeros y demás asistentes, brindó un sermón de cariño, amor y esperanza. No se puede sentir uno más orgulloso de conocer personas así y de pertenecer a una comunidad como la de San Vicente de Paúl.
La labor de Manuel en la parroquia y de toda la gente que participa de la misma contribuye a formar una gran familia en continuo crecimiento. No hay espacio ni tiempo para sentir la soledad. Manuel, estamos contigo siempre y más si cabe en estos momentos. Con esfuerzo, sacrificio y el Espíritu de Dios todo se consigue, aunque no siempre las cosas sean como queramos, aunque a veces utilicemos sutilmente un pecado para mostrar la mayor de las admiraciones. Un fuerte abrazo y gracias por todo lo que haces por los demás.
D.E.P. tu madre, doña Honorina.
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