Amor con mayúsculas
El sentido de la vida y la felicidad brotan de ese profundo amor que se encuentra alojado en la esencia del ser humano. Julián Marías decía que el hombre es intrínsecamente amoroso, es «realidad amorosa». Sólo se sienten realizadas las personas capaces de amar en entrega generosa. La condición intrínseca del amor es la permanencia; el amor nunca muere y se proyecta para siempre sobre la persona amada. El amor es más fuerte que la muerte, dice la Biblia (Cnt. 8,6). Maurice Blondel señaló «El amor es, ante todo, lo que hace ser».
La falta de amor, por el contrario, es un indicador potente de la incidencia de las enfermedades crónicas, de la capacidad de recuperarse de las enfermedades, del declive funcional, de la utilización de recursos sanitarios y de la mortalidad. Hay una gran evidencia de una estrecha relación entre el amor, la salud percibida y la salud objetiva. El amor verdadero se desenvuelve solo, sin demasiado empeño, lo mismo que las flores salen de su capullo sin demasiado esfuerzo. El amor no es usar y tirar; lo que entendemos por amor, muchas veces, es lisa y llanamente desamor. La palabra «amor» se usa frecuentemente, es una palabra desgastada, carente de contenido y significado. Con frecuencia, nos encontramos con parejas desgastadas, incomunicadas y desmotivadas. La incomunicación es el nexo de unión, como si la pareja fuera cosa de tres: él, ella y la televisión.
Un caldo de cultivo incompatible para que surja y, sobre todo, se cultive el amor. Frases como «dame la cena», «hazme un café», «dame las zapatillas», etcétera, no forman parte del amor: más bien es una actitud que tiene que ver con el desamor. Habría que cambiar esas actitudes y esas frases suficientemente expresivas por estas otras: «no te muevas, yo te hago el café», «voy a prepararte la cena», «quiero ponerte las zapatillas», «me gusta hacerte un masaje en los pies», etcétera. Expresiones que indican dedicación, sensibilidad, aceptación incondicional, caricias, contacto físico, etcétera, forman parte del amor. Como decía Groucho Marx, «el matrimonio es la principal causa de divorcio». Empero, en el amor auténtico, sincero y profundo que encontramos en tantas parejas, hay tolerancia, aceptación y respeto, mucho respeto. El amor no es dominancia o apego que, a veces, implica mucho sufrimiento. Amar sin temor, por el contrario, forma parte del crecimiento personal y de la felicidad. El apego puede cristalizar finalmente en adicción a una persona u objeto y se expresa en conductas de manipulación, abuso y violencia. Pero el amor es, por encima de todo, libertad; jamás restringe el libre albedrío.
Subtítulo: A largo plazo nada promete tanta felicidad como el tiempo y la atención dedicados al otro
Destacado:La pareja y el amor son los indicadores principales del bienestar tanto físico como emocional, muy por encima de la situación económica o laboral
Tiene también el amor verdadero una dimensión esencial que es la espiritualidad, es decir, que trasciende lo material, la inmediatez, el utilitarismo. El amor no es sólo placer, pasión, deseo, sino también compromiso. Es importante aprender a amar, transformarse en un ser amoroso que proyecta simplemente amor, en una actitud o en una disposición positiva a entregarse al otro. El amor no es silencio, es profunda comunicación, complicidad, entrega, comprensión, ternura, ¡mucha ternura! La ternura no teme a la enfermedad, es la expresión máxima del amor.
La ternura es pasión, entrega, sensibilidad, amor con mayúsculas. Con el amor como divisa de nuestra vida, no hay lugar para la decepción o la desesperanza cotidiana. El relato de José que amaba como el primer día a su esposa, es suficientemente ilustrativo: «una noche, al despedirme, le di un beso en la frente; me miró y supe que, en aquel preciso instante, me amaba en la fugacidad de un sentimiento compartido; tal vez, sin pretenderlo, le ayudé a cortar el último amarre con la vida; murió a medianoche y en su mano sostenía una hoja amarilla en la que había escrito: José, gracias por el amor, ha sido una vida maravillosa, volvería a amarte con la misma fuerza».
El amor es una llama que si cuidamos y cultivamos cotidianamente, nunca se apaga. Si somos capaces de vencer nuestros egoísmos personales, el narcisismo, el confort, la rutina personal, el olvido, etcétera, el amor nunca se apaga. Amor es dar, dar siempre, dar sin medida, dar compañía, dar amor. El amor, sobre todo, es acción; algo que nos empuja en bien de los demás, a satisfacer sus necesidades, a conseguir la felicidad, y todo ello, sin esperar nada a cambio. En última instancia, el amor nos aleja de la pesadilla de la soledad. El fruto del amor se traduce en bienestar físico y emocional, en más salud y en más longevidad. Clamor, alimenta los sentimientos de seguridad, felicidad, satisfacción y autoestima afloran continuamente y se expanden en nuestra personalidad como motor principal de nuestro crecimiento personal, de nuestro sentido existencial.
El amor nos inunda de emociones positivas que influyen en la ritmicidad del corazón y, en general, en todas las funciones implícitas a la corteza cerebral. Asimismo, se refuerza el sistema inmune, protegiendo la capacidad de regenerar los trescientos billones de células que cambiamos cada 24 horas. Sin embargo, las disputas entre los cónyuges, el resentimiento, la hostilidad, la agresividad o la indiferencia, supone una caída de la resistencia del sistema inmune, lo cual se traduce en elevada vulnerabilidad patológica. Así, pues, la pareja (una buena elección de la pareja) y el amor son los dos indicadores principales de la felicidad y del bienestar tanto físico como emocional, muy por encima de la situación económica o laboral, la vivienda o las actividades de ocio. Sin embargo, se dedica mucha más energía a otras cosas que a llevarse bien con la pareja. A largo plazo, nada promete tanta felicidad como el tiempo y la atención dedicados al otro. En fin, el amor y la generosidad son el contrapunto de la soledad abismal, de esa perspectiva tragicómica que invade a muchos ancianos. El amor es un proyecto común que necesita unos cuidados continuos. La capacidad de redescubrir al otro cada mañana y ser sensible a sus propias necesidades es clave para mantener viva la llama del amor protegiendo íntegramente la salud.
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