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Un paseo por Gibraltar, ahora otra vez de moda

25 de Noviembre del 2018 - Ángel García Prieto

Gibraltar evoca guerras, tratados políticos y equilibrios de poder y conquista de tiempos pasados. Es una excepción, una situación atípica, una sugestiva rareza que se puede hacer manifiesta al contemplar una pareja de bobbys paseantes bajo el sol andaluz con su peculiar sombrero de policía británico y hablando con acento gaditano; en un rojo autobús londinense, de dos pisos, o en cien cañones diversos con rótulos en inglés, que se encuentran dispersos en otros tantos rincones de la exigua geografía gibraltareña y que ahora repintados y relucientes tienen sus bocas, antes amenazadoras, ya enmudecidas.

A Gibraltar se llega después de recorrer decenas de kilómetros entre las dehesas de toros bravos y encinas de los campos de Medina Sidonia, o tras bordear una carretera de costa gaditana o malagueña con pintorescos pueblos, mitad pescadores, mitad turísticos. Gibraltar recibe al visitante también de una manera extraña, pues su hall de entrada es la pista de aterrizaje y despegue del aeropuerto. Nada más traspasar su puerta le espera un semáforo que, naturalmente, da preferencia a los aviones en el cruce con los automóviles o los peatones. Este detalle curioso es una prueba de que Gibraltar es pequeño, apenas tiene sitio para las construcciones portuarias y las casas de sus veintisiete mil habitantes, en los seis kilómetros cuadrados de su territorio. Con fines estratégicos militares, el aeródromo apenas es una pista que parece un portaaviones, pues se apoya atravesado en el istmo que da acceso al Peñón y por una parte sobrevuela apoyada en pilotes la bahía de Algeciras y el Mediterráneo en el otro extremo.

Gibraltar es una península de cinco kilómetros de larga y una anchura de mil doscientos metros, en la que sobresale una enorme roca caliza de cuatrocientos veintiséis metros de altitud en su cota mayor. Forma parte de la Comunidad Europea –aunque está fuera de su unión aduanera– como Territorio Británico de Ultramar, con gobierno autónomo. Sus habitantes hablan inglés y español, además de un dialecto influido por la fonética andaluza, llamado llanito o yanito (del italiano gianni, giovanni = jóvenes). Su población está originariamente constituida por británicos, italianos, malteses, portugueses y marroquíes árabes o judíos. Amalgama formada por aquellos que ocuparon Gibraltar en 1704, en el curso de la guerra de Sucesión española entre los pretendientes de la Casa de Borbón y de la de Austria. Las tropas inglesas y holandesas que invadieron aquella localización estratégica sobre el Estrecho de Gibraltar intervenían en el conflicto armado apoyando al candidato de la Casa de Austria contra el de la de Borbón, a quien defendían España y Francia. El Tratado de Utrech cierra el conflicto internacional y cede este territorio a Inglaterra. Hasta entonces Gibraltar había seguido la trayectoria histórica de España, al ser ocupada por íberos, griegos, fenicios, romanos, visigodos, bizantinos y finalmente musulmanes, a quienes en 1462 lo conquista el conde de Medina Sidonia, para la corona española.

The Main Street / La Calle Real

Es el eje de la cosmopolita ciudad, una estrecha y larga vía de construcciones decimonónicas, muy concurrida por gente de varias razas, pues además de que la mayor parte de sus pequeños comercios pertenecen a indios, judíos y chinos, con frecuencia el puerto es punto de escala de cruceros marítimos de viajeros norteamericanos, británicos, nórdicos o alemanes, que también se unen a los muchos turistas llegados por tierra. Las tiendas están libres de impuestos y venden sobre todo tabaco, licores, perfumes, joyas, porcelanas y objetos para el ocio, pero no sólo los precios y las compras son el objeto de los paseantes, sino también la casa del Gobernador (The Convent), donde hay relevo de guardia a la británica; el Museo de Gibraltar; las catedrales anglicana y católica, sencillos templos sin visible antigüedad pero de cuidada presencia; la estación del teleférico "A la cima de la roca", en busca de panorámicas, vegetación autóctona, buitres leonados y los famosos monos gibraltareños. Además, algún mirador sobre el puerto, que se abre sobre un paseo cercano a la calle principal, son puntos de interés de una visita a pie.

Otros alicientes pueden ser el recorrido del perímetro de Gibraltar; la playa (Catalan Bay), situada en el mar abierto al este del territorio; la Cueva de San Michael, con formaciones calcáreas y una amplia sala que sirve de auditorio natural con más de cien plazas; los varios kilómetros de túneles que fueron hechos en diferentes asedios y que discurren por el interior del Peñón, así como la Punta Gibraltar, en el extremo sur de la península, donde alumbra por la noche el único faro británico situado en el continente europeo.

Los cañones y el santuario de Nuestra Señora de Europa

Gibraltar, ciudad de cañones, tiene uno que destaca y es en sí mismo, por su tamaño, por lo que evoca, y por sus instalaciones accesorias, un pequeño museo, un reclamo turístico. Es el Cañón de 100 Toneladas (100 Ton Gun), fabricado a finales del s. XIX en Newcastle y dispuesto en su bastión apuntando a la bahía de Algeciras; dispone de un complejo sistema de maquinaria a vapor para su movilidad, está resguardado por contrafuertes y su acceso es a través de un pequeño túnel, donde se exhiben datos y anécdotas de su historia. Más cañones famosos son otros que allí se ingeniaron para poder ser disparados hacia abajo o los que, a finales del s. XVIII, manda preparar el jefe de la Escuadra, Antonio Barceló, con un dispositivo que permitía girarlos en lanchas cañoneras, sin necesidad de variar el rumbo de las pequeñas embarcaciones.

No lejos de la batería del cañón gigante, a la orilla sur del territorio gibraltareño, en el s. XV se comienza a dar culto a una preciosa talla policromada de la Virgen María y el Niño Jesús sentado en sus rodillas, que después de muchos avatares históricos, bélicos y políticos se venera con la invocación de Nuestra Señora de Europa en el santuario del mismo nombre, remodelado hace pocas décadas, para acabar siendo un templo elegante, blanco, acogedor y luminoso, como el Mediterráneo.

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