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Compañeros de viaje

30 de Noviembre del 2018 - Marcelo Noboa Fiallo (gijon)

Hace dos años, viajando por el sur de Argentina, por Tierra de Fuego, encontré a una chica turista de rasgos orientales que, cada vez que el autobús hacía una parada, se separaba del resto del grupo con prisa, sacaba de su mochila un osito de peluche, lo colocaba de la mejor manera posible en la rama de un árbol, encima de una piedra, de un muro o de cualquier soporte que encontraba, siempre que por detrás del osito se asegurase un buen paisaje o un sitio emblemático del recorrido. Sabía escoger buenos ángulos y momentos envidiables para cualquier amante de la fotografía. A continuación disparaba su cámara para inmortalizar a su "compañero de viaje"... y al paisaje.

Por lo extraño que me pareció el caso, comenté con alguien de la excursión y me aseguró que era un fenómeno que cada día se veía más y que eran personas que viajaban solas o, mejor dicho, prefieren viajar sólo con la compañía de su "mascota" de tela o peluche. Representan una alternativa, un modo de vida, una nueva forma de viajar. No pude entablar conversación con ella, de lo cual me arrepiento.

Dos años más tarde, al otro lado del mundo, en Reikiavik (Islandia), paseando por el muelle del puerto de la ciudad, justo enfrente de la embajada estadounidense, donde hay un monumento conmemorativo del encuentro celebrado entre Ronald Reagan y Mijail Gorvachov, en octubre de 1986 (encuentro que terminó con un rotundo fracaso entre el portavoz de una potencia en proceso de desintegración y el representante del neoliberalismo que hoy asola el mundo occidental), me volví a encontrar con una escena parecida a la de Ushuaia. Esta vez se trataba de una chica occidental, concretamente finlandesa, que en el muro de contención del embravecido Atlántico Norte se afanaba por conseguir que su "peluche" se mantuviera quieto para sacar la instantánea. En un primer momento no pude distinguir lo que se traía entre manos y pensé que se trataba de un perrito de verdad, razón por la cual me acerqué y le dije que si quería hacerse una foto con su mascota yo me ofrecía a hacérsela. Me lo agradeció y me señaló que no se trataba de eso. Ella estaba buscando el mejor ángulo posible del paisaje para su "compañero de viaje".

Ushuaia/Reikiavik me habían convencido finalmente que no me encontraba ante un hecho casual, sino que, en efecto, está surgiendo una nueva forma de ahuyentar la soledad, de recorrer mundo con un osito de peluche en la mochila, de compartir el placer de conocer mundo con una mascota de trapo, para intentar paliar las secuelas que este mundo sin futuro para las nuevas generaciones se extiende como la pólvora. No sé si finalmente "la moda" se extenderá. Esta vez quiero ser cauto con mis previsiones, ya fracasé, en su día, con esa estúpida moda de los "selfies", para la que auguré corta vida y, sin embargo, hace unos días, en Cracovia, estuve a punto de que me metieran un palo de "selfie" en el ojo.

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