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Amores otoñales sin partitura

2 de Diciembre del 2018 - Rufo Costales (Oviedo)

Un día para el sarcasmo. Los socios del "Casino de Cuñados Aburridos", solteros, viudos o separados, en nuestro peregrinar por descubrir nuevas formas de tortura, hemos seguido con intensidad y emoción, rememorando nuestra lejana adolescencia, la declaración de amor de un ingenioso Quijote sexagenario, su Rocinante (coche) de gama alta, su sobreexposición catódica (T5), su lucha permanente con molinos de viento (Hacienda), y asiduo visitante de bingos, discotecas y demás antros en los que acecha Belcebú.

Declaración, decimos, a su joven, jovencísima, Dulcinea, hermosa y lozana zagala, de tan sólo 22 años, modelo ¡jo, tía, o sea!, que no sabe sumar con decimales, pero es la incuestionable reina de los realities televisivos.

La declaración de amor del "pipiolo" es un canto al amor romántico e irresponsable, que responde a los estándares de lo que un hombre malo que mola, de 62 años, está buscando: la vitalidad, la frescura, la alegría y el físico, es decir, la belleza de una mujer en plena juventud.

Públicamente, televisado, sin encomendarse a Dios ni al diablo, sin tener cerca una unidad medicalizada, ha dicho, ingenioso, el hidalgo: "Estoy iniciando una relación que creo puede llegar lejos. Me apetece estar con ella, verla, hablar con ella, y ya está. Tengo muchas ganas y mucha necesidad de ir más lejos. Mi experiencia me dice que puede ser una relación bonita. Físicamente me parece un cañón, y luego es divertida, es inteligente y tiene sentido del humor". "A mí me trae sin cuidado la diferencia de edad".

Stop, amigos. El amor tiene razones que la razón no explica, no busquemos, pues, explicaciones. Él, 62; ella, 22.

Congregados en el casino, apabullados, eso sí, por el ardor guerrero del declarante, sus efluvios amorosos, su jeta, su incontinencia verbal y su osadía, obedeciendo a un milenario impulso genético, nos abrazamos como si fuéramos veteranos de Afganistán, taquicárdicos, conteniendo el aliento, expectantes ante la respuesta de la bella Dulcinea. ¿Habrá tema?

Hubo declaraciones por parte de ella, urbi et orbe, sí, despectivas, laceradas, contundentes y despiadadas: "A mí me hace gracia todo esto, porque yo le veo como un padre. Puedo tener la misma relación con él que con otra persona. Claro, es normal que diga esas bobadas. Él y tantos chicos y chicas del mundo querrían tener algo conmigo".

Ítem más. Nos ha dolido el desprecio de ella, sí, pero más aún que un mancebo irrespetuoso, exnovio, presa de los celos, le dijera a nuestro Quijote coetáneo, en una meticulosa humillación, extensiva a todo el colectivo de arrugados, calvos y barrigones, que "es un fracasado y un miserable", restregándole que "tiene ya 62 años y está en caída libre".

Qué barriobajero, pestilente, ruin, villano, infacundo, deslenguado y canalla, chavalote... Que podía ser tu abuelo, ¡cenutrio, mandril, carapiña!

Hablando del efecto pernicioso de los alucinógenos, hago aquí un inciso para contarles cuando a mí me pasó que Naomi Campbell intentó propasarse conmigo en el ascensor, y estuve obligado a decirle: "Naomi, please, I`am married". Se fue, y no hubo más.

Fin del sueño y del bochorno. Sirva de consuelo al pillín hidalgo, enamorado hasta la inflamación del endocardio, la experiencia de sus predecesores (nosotros), "recogidos" en el "Casino de Cuñados Aburridos".

Aunque por principio aconsejamos siempre el matrimonio, porque no es justo que nadie, por puro egoísmo, escape a tal calamidad colectiva, cumplidos los 62 no hay como una buena partida de mus, sin preocuparte de si te ponen droga en el Cola-Cao, si tu amorcín últimamente está distante, no te escribe/mira/toca como antes, ni de la mosqueante pregunta de cada aniversario: ¿Me querrás siempre, cornudo mío?, sin tener que rendir cuentas de infidelidades, incontinencias urinarias, artritis reumatoides, hipocondrías, miopías galopantes, neuralgias, histerias, y un largo etcétera de lamentables estados patológicos, acordes con la edad, aunque convendremos todos que si al cuerpo lo tratas bien puede durar toda la vida.

Así que, sexagenario, aunque forma parte de la vida que llores por amor, déjate ya de "pijadines". Sopitas y buen vino, que llega la Navidad, hombre.

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